Hoja de ruta

Ignacio Martínez

La cara del verdugo

DICEN que la cara es espejo del alma. El domingo apareció en las pantallas de las televisiones un yuppie, joven profesional urbano, con traje hecho a medida, camisa y corbata italianas, gafas de diseño, que con gesto grave y ceño fruncido daba explicaciones. Amenazas. Era el heredero del dictador libio. Hay dictaduras que se heredan, como las de Corea del Norte, Cuba, Siria, Libia. Incluso la de Egipto era hace unos días una dictadura hereditaria, hasta que la multitud se llevó por delante el régimen de Mubarak.

A nadie se le cae la cara de vergüenza de acoger a estos líderes como amables anfitriones. Lo hemos hecho nosotros, aquí mismo en Andalucía, sin ir más lejos. Hace diez años tuvimos la visita de Bashar al-Assad, presidente de Siria, para inaugurar en Córdoba la exposición El esplendor de los Omeya, en Medina Azahara. Bashar, oftalmólogo de formación, no iba a ser el heredero de su padre, Hafez al-Assad, un militar que reinó en Siria durante 30 años. El sirio es un régimen de partido único, el Baas. Pero como murió accidentalmente su hermano mayor, el padre cambió sus designios y dejó de heredero a este otro hijo.

Es lo mismo que había dispuesto otro militar como Mubarak, también jefe de la fuerza aérea de su país, como Hafez al-Assad, antes de convertirse en dictador. Y lo mismo que tenía previsto hacer Muamar el Gadafi con este yuppie que irrumpió en nuestras pantallas, sobrado de ademanes, gesticulando con gran dominio de la escena. Saif el Islam se llama la criatura. Es arquitecto, doctor por la London School of Economics y propietario de medios de comunicación, mayormente televisiones. El yuppie dijo que lo que pasa en Libia es una conjura extranjera, que si continuaba la sedición habría un baño de sangre. Dicho y hecho.

Si la cara es el espejo del alma, Gadafi padre es un modelo irrepetible. Aficionado al tinte de pelo y a los bótox, la cara del coronel es un mapa de complicada orografía. Su parecido con el legendario transexual sevillano La Esmeralda, no ha hecho con el tiempo más de acrecentarse. Pero lo peor de este hombre no es su aspecto estrafalario. Hijo de un pastor de camellos, echó del poder al rey Idris en 1969 y desde entonces se ha comportado como si Libia fuese su finca. Sus hijos se han convertido en niños malcriados que conducen Ferraris, se alojan en hoteles de lujo y montan escándalos como si fuesen los herederos de alguna trasnochada dinastía aristocrática europea.

El padre, después de haber ordenado bombardear a los manifestantes contra su régimen, dijo ayer en la televisión que no se va a ir del país y que morirá como un mártir. Que no es presidente, sino el líder de la revolución. Es porque no se mira en un espejo: no vería a un mártir o a un líder, sino a un verdugo cruel.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios