¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Las carencias de Vox

Para ser un buen partido conservador, a Vox le faltan dosis de escepticismo y sentido del humor

Y el hombre de la semana es... Javier Ortega Smith. ¡Qué tío! Guerrillero durante la mili, montañero, licenciado en Derecho... El hombre perfecto de la derecha más autoconsciente, una mezcla de acción y pensamiento, de bíceps y sesos. Cuando lo vemos en la tele recordamos aquel dicho de un general respecto a los militares excesivamente fuertes: "Sangre que riega los músculos no riega el cerebro", pero eso son maldades de cuartos de bandera. Nosotros, si fuésemos Santiago Abascal, nos andaríamos con cuidado: mientras él juega al señorito cabalgando por las besanas y fumando cigarros puros con Morante de la Puebla, el secretario general de Vox va adquiriendo un perfil cada vez más potente. Andalucía ha sido el trampolín de Vox y Ortega Smith, y no la "tumba del fascismo", como chillaba por las calles el progrerío menos brillante.

Pero no es del político hispano-argentino de quien queríamos hablar hoy, sino de las dos carencias de Vox que lo imposibilitan para convertirse en un auténtico partido conservador de referencia. La primera es manejar una cierta dosis de escepticismo -británico, of course-, desconfiar del exceso de acción, de las pasiones del populacho (hoy vivas en las redes sociales) y de las grandes ideas redentoras y salvapatrias. Para eso ya están los progresistas. Lo comprendieron muy bien los anglosajones tras leer las noticias y ver los grabados que llegaban del París revolucionario. Vox, sin embargo, es un partido extremadamente moderno, electrónico, dinámico, americano. Su retórica de campamento apenas tapa su intención de gobernar a golpe de tuits, pero desvela una excesiva confianza en la juventud que es incompatible con el conservadurismo.

La segunda carencia es su limitadísimo sentido del humor, que ha sido el campo de gules cultivado con esmero por los escritores conservadores. Vox es demasiado ceñudo, chincharrabiña, airado. Al igual que Lope, un buen político conservador debe de tener un cierto espíritu burlón, como bien comprendió Rajoy (cuyo nombre es hoy arrastrado por personajes que no le llegan ni a los tobillos). La mayoría de los líderes de Vox, con alguna honrosa excepción, siempre mantienen las mandíbulas en tensión. Le vendría bien una sonrisa, no bobalicona y cursi, sino irónica y festiva, como nos enseñaron Muñoz Seca, Agustín de Foxá o Edgar Neville, gente de orden y mejores patriotas.

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