Cabe el cava

El Marco puede ofrecerse perfectamente como sede social de las bodegas del cava. Estarían como en casa

Las empresas catalanas cogiendo las de Villadiego -decíamos ayer- son una crítica feroz al independentismo (por lo que bien) y una señal inequívoca de que la inestabilidad va para largo (por lo que mal). Nadie ofende a su mercado más cercano ni asume gastos y costes de todo tipo, incluidos los sentimentales, por una ventolera, sino por un vendaval. Con todo, coincido con David Fernández y con Rafael Navas, que coincidían, en que la cuestión catalana, tan acuciante y magnética, nos tiene demasiado alejados de los problemas de nuestra tierra. Es otro daño colateral del nacionalismo.

Para no dejar de estar en misa y repicando, mientras repaso la larga lista de empresas catalanas que declaran unilateralmente su independencia del independentismo y los distintos lugares de España a los que se mudan, veo que ninguna se viene a la provincia de Cádiz, por un lado, y que ni Freixenet ni Codorniu tienen determinado su lugar de destino. Ésta es la nuestra. ¡Aquí cabe el cava!

Hay impresionantes cascos de bodega desocupados para que ellos pongan en Jerez o en El Puerto o en Sanlúcar su sede social. El entorno vinatero de tradición lo tienen asegurado y una cultura que entiende muy bien el quid de la cuestión de los caldos y también de las sangres de las familias bodegueras. Teniendo en cuenta que hay compañías del Marco que tienen sus bodegas de cava allí, el camino está abierto y los puentes tendidos.

Estarían en casa, porque no hay nada más jerezano o portuense que un apellido de fuera. En una generación, ya estarían perfectamente emparentados con familias del Marco y llamando tío y tía a todo trapo a todo quisqui. Eso no significaría en absoluto renunciar a su catalanidad de pura cepa, qué va. Aquí, con un cerrado acento andaluz, gran afición a la fiesta nacional y pasión por el flamenco, se puede seguir presumiendo de franceses, genoveses, ingleses, filipinos o montañeses o vascos entre la admiración general. Incluso hay anglófilos perdidos que lo son porque tuvieron una tatarabuela interna en un colegio de Gibraltar. Nuestras identidades son incluyentes, no excluyentes. Podrán ser catalanes para siempre.

Y lo mejor es que los indígenas haríamos una cuestión de honor consumir los productos de sus bodegas. "Lo mío no se lo beberán los ingleses", afirmamos, con patriotismo práctico, de todos los vinos de nuestra tierra. Al cava le haríamos un hueco -chin-chin-, encantados.

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