El cielo que es azul

Del asombro nace la filosofía, dijo Aristóteles, pero el asombro nace del aburrimiento

Mis compañeros de berza en una zambomba me dijeron que echaban mucho de menos aquellos artículos míos en los que confesaba la angustia de no tener ni idea de qué escribir. Últimamente, con la política en plena ebullición, el único problema es a qué jaleo acudir, a qué discusión arrimarse, en qué charco chapotear. Ellos añoraban los viejos artículos titubeantes, dubitativos y nihilistas.

Así que, como uno se debe a su público, voy a escribir un artículo diciendo que no tengo de qué escribir. Podré hacerlo porque el columnista es un fingidor y porque la actualidad puede esperar. El cliente leyente siempre tiene razón. Al fin y al cabo, yo también prefiero el poema de Bertran de Born en que asegura que hará un poema de la pura nada: «Farai un vers de dreyt nien». Creo esa preferencia, descartando que ustedes estén deseando descansar de política en general y de mis opiniones políticas en particular, se debe a tres razones.

La cotidiana de ver que uno, como todo hijo de vecino, también se las ve y se las desea para cumplir sus compromisos profesionales. Es un universal, una experiencia transversal, un arquetipo: todos se reconocen en los caracoleos de algunos días para salvar la jornada de trabajo.

Hay otra razón más metafísica. El vértigo efervescente de asomarse al vacío. Chesterton notó que «la clave de cualquier privación es que acentúa la idea del valor». Da mucho alivio, como en el poema de Bertran de Born, salvando las distancias, creer que estábamos frente un agujero negro y ver, sin embargo, que al final se escribe el poema (él) o mi articulito (yo). Que la realidad le coge las vueltas a la nada.

Por último, está la razón poética. Echamos de menos el aburrimiento y la mente en blanco, la mano sobre mano y la mirada perdida, no por sí mismas, sino porque sabemos que son el requisito previo a la idea, al sentimiento y a la revelación. Del asombro nace la filosofía, dijo Aristóteles, pero el asombro nace del aburrimiento. Si llevamos la agenda repleta de gestiones y el cuaderno lleno de polémicas pendientes, no dejamos hueco para la inspiración. Si no se me ocurriese nada que escribir, ahora miraría al cielo y lo vería de un azul inmaculado de esmalte. Recordaría que es el día de la Inmaculada y que no está bien que, en vez de celebrarlo con una actitud contemplativa, me dedicase a hablar de Podemos. Al final era verdad que hoy no tenía nada de lo que escribir.

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