Dicen las malas lenguas que en Andalucía apenas se ha creado empleo durante las últimas décadas, pero eso es falso. Entre consejerías, viceconsejerías y subdelegaciones, se ha ido haciendo hueco en los despachos para buscar acomodo a muchos seres queridos, de manera que no solo se fueron creando de la nada miles de puestos de trabajo, sino que -para demostrar que es posible gestionar lo público sin dejar de ser rumboso- la mayoría de ellos estaban magníficamente remunerados.

Otra cosa es que esos puestos tuvieran alguna utilidad (que seguramente no) pero ahí está la gracia, porque montar una cafetería y contratar camareros tendrá su mérito, pero más mérito tiene contratar camareros sin que haya ninguna cafetería que atender.

Igual que vivimos en otras regiones españolas aquel milagro de construir aeropuertos con todos los avíos pero sin los aviones, la agudeza de nuestras autoridades propició que aparecieran en Andalucía observatorios enigmáticos, fundaciones indescifrables y agencias asombrosas que cooperaron en gran medida a que ese dinero público se repartiera con alegría entre las personas de confianza.

Habrá quien considere que las administraciones públicas están saturadas de altos cargos y que, con los sueldos que cobran, difícilmente van a quedar luego recursos con los que administrar. Pero no es menos cierto que, convertidas en agencias de colocación, esas administraciones están solucionando la papeleta a un montón de parientes y amigos que, de otro modo, quizás no tuvieran donde caerse muertos, en cuyo caso también habría que atenderlos, y de manera menos airosa.

Con esta ingeniosa noción de la gestión pública se fue ramificando el tinglado institucional hasta crear un aparato mastodóntico gracias al cual, en lugar de zanjar los problemas desde una consejería a secas, se podía desperdigar la administración central en otras intendencias paralelas (para crear, por ejemplo, una Agencia Pública de Educación que, con la excusa de gestionar los comedores escolares, permitiera generar otro puñado de altos cargos, responsables de decidir en cada provincia de qué sabor conviene comprar los yogures para los colegios.)

La Consejería de Salud podría ser un ente indivisible, pero entonces, ¿qué iba a pasar con los patronos de la Fundación Progreso y Salud? ¿O con el presidente del Comité Andaluz de Farmacovigilancia?

No olvidemos que hubo una Edad de Oro del gasto público, que coincidió con la celebración de exposiciones universales, o con la erección de puentes que vinieron a costar lo que costaría hoy levantar la Muralla China. Pero llegaron las vacas flacas y supimos mantener esas instituciones encargadas de prestar servicios públicos (aunque, después de pagar los sueldos de los jefes, ya no quedaran fondos con los que prestarlos.) Así que ahora que se avecinan cambios en la Junta, crucemos los dedos, a ver si los recién llegados toman nota, ponen manos a la obra y crean otros tantos puestos de trabajo con chófer y con sueldazo, que buena falta nos hacen.

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