Esta semana se celebra (¿"celebra" será la palabra más apropiada?) la Semana Mundial Sin Carne. La promueven organizaciones internacionales como Igualdad Animal, Peta o la Organización Internacional por la Conciencia Alimentaria ProVeg. Yo no la voy a hacer, salvo el viernes.

Tampoco voy a reírme ni criticarla. No me extraña el auge vegano. El cientificismo imperante empuja en esa línea, como sabía Bela Hámvas: «Lo característico del cientificismo es que no conoce el amor, sino el instinto sexual; no trabaja, sino que produce; no se alimenta, sino que consume; no duerme, sino que recupera la energía biológica; no come carne, patatas, ciruelas, peras, manzanas o pan con mantequilla y miel, sino calorías, vitaminas, hidratos de carbono y proteínas; no bebe vino, sino alcohol; se pesa semanalmente…» Y todavía hay más. La comida es una cuestión religiosa de primera magnitud. En el libro El alma hambrienta, León R. Kass lo explica punto por punto con un gran despliegue de enfoques, desde el fisiológico al bíblico, pasando por el metafísico.

Quien rechaza en su existencia todo tipo de sacrificio personal es coherente si tampoco quiere alimentarse de sacrificios. Comer carne conlleva implicaciones éticas: hay animales que han sido sacrificados -como dice sabiamente la expresión coloquial- para que tú comas.

Los que bendecimos la mesa con gravedad ritual y luego damos gracias tenemos bastante ganado en este sentido. Pero todos los que comemos carne tendríamos que preguntarnos si nuestra vida se lo merece. Tal vez seamos lo que comemos, como repiten los dietistas, mas, sobre todo, debemos ser dignos de lo que comemos, como no dice nadie, pero sabemos en nuestro subconsciente.

El veganismo encajaría entonces dentro de esa pulsión, descrita por Roger Scruton, según la cual nuestros contemporáneos prefieren rebajar la trascendencia de muchas cosas (la literatura, el arte, la tradición…) porque instintivamente rechazan sentirse impelidos moralmente. A los veganos, por tanto, les tenemos que reconocer su coherencia; concordar con ellos en lo importante que es el cuidado de los animales y, por último, pero más difícil, ser tan consecuentes como ellos, pero según nuestra cosmovisión sacrificial. En nuestro caso, sin obviar el ayuno (ay), la abstinencia (ay, ay), la moderación (ay, ay, ay) y el agradecimiento (que ahí no hay problema). Sentarse a la mesa es una cosa muy seria.

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