Tierra de nadie
La amistad, bien o mal entendida
Confabulario
Según parece, el Gobierno quiere crear un comité para los bulos de la derecha, lo cual no hace sino anunciar, como en los pubs ingleses, una última y apresurada ronda, antes de que las elecciones traigan, o no, lo inevitable. Desde luego, podríamos ponernos solemnes y acusar de macarthismo al Gobierno, ya que no es la primera vez que amenaza con fiscalizar la información adversa o la mera libertad de expresión. Sin embargo, el año electoral se promete largo y erizado, de modo que reservemos fuerzas para su cénit, y empecemos por decir que el Gobierno no es quién para inmiscuirse en tales temas, puesto que para eso, para indagar sobre la falsedad y sus daños, está la administración de justicia.
Uno todavía alcanzó, allá por los noventa, a conocer la reedición de El Caso, donde se daban noticias espectaculares y un poco ingenuas, no exentas de humorismo. Ahora mismo recuerdo dos portadas maravillosas (cito de memoria, ustedes dispensen si peco de inexacto), que ofrecían puntual información sobre "El niño vampiro de Zaragoza" y sobre la posibilidad de enchufar el ordenador a una patata. La foto del niño vampiro no era muy buena; y en cuanto al señor que aparecía en el campo, consultando un PC en mitad de un sembrado, no parecía muy contento con la disponibilidad energética. El caso -nunca mejor dicho- es que tales especulaciones mistéricas proporcionaban un rato inocuo de diversión y olvido a quien quisiera leerlas. Lo cual no podrá decirse, desdichadamente, del alud de propaganda apocalíptica que se avecina sobre el votante, a un lado y otro de la trinchera electoral, de aquí a que compremos los primeros turrones, allá por diciembre.
Por otra parte, hay medidas y leyes del Gobierno que muchos querríamos ver convertidas en meros bulos, y no en la realidad lancinante que en verdad son. Sin embargo, lo interesante -y yo añadiría que lo crucial-, es que el Gobierno no es quién para determinar qué es un bulo, excluyéndose, de paso, de tales escrutinios. Esto recuerda a la vieja estrategia del nacionalismo, que se ofrece a dictaminar quiénes son verdaderos patriotas, dejando al acusado en la obligación de defenderse. De ese modo, nadie se preguntará quién demonios es usted para plantear tal cuestión; y peor aún, para extraer consecuencias legales de todo ello. Pero esto, como sabemos, no es un bulo, sino una vasta y ominosa práctica que nos acompaña desde hace más de cuatro décadas. Quizá por eso, nunca se dijo si el niño vampiro de Zaragoza era un buen aragonés o un centralista sin escrúpulos.
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