A mí tampoco me cabe la menor duda de que el Xerez ya tiene nuevo propietario. Por mucho que quiera marear la perdiz, el inefable Joaquín Morales se ha salido con la suya y se ha quitado de encima el muerto que, cuando estaba vivito y coleando y en plena burbuja inmobiliaria, le debería haber reportado muchos más beneficios que dolores de cabeza. Qué tiempos.

Surgen ahora muchas más incógnitas que no serán fáciles de despejar. A falta de ponerle rostro, nombre y apellido a los nuevos dueños, se me ocurren a bote pronto una batería de preguntas, pero mucho me temo que habrá que pensar mal para ir dándoles respuesta.

En qué cabeza cabe que, con la que está cayendo, alguien esté dispuesto a invertir un solo euro en un club endeudado hasta las cejas, con dos millones de euros de déficit en el último ejercicio, sin patrimonio y con el descenso a Segunda B pisándole los talones. No hay que ser un lumbreras para presuponer que aquí hay gato encerrado.

Lo más lastimoso es que a la afición le tocará otra vez el papel de comparsa. Por mucho que la Fundación haya ido asumiendo protagonismo en el accionariado, los malos seguirán ostentando la mayoría y, una vez finalice el concurso de acreedores, harán y desharán a su antojo.

Sin conocer todavía al afortunado comprador, intuyo que, como a sus predecesores, le importarán un rábano el Xerez y su historia, la afición y sus sentimientos, quiénes fueron Ravelo o Dante Sanabria. Desde la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas, todo lo que vino empeoró lo anterior, por muy imposible que pareciera a priori. Pacheco, Oliver, Silgado, Morales, Souza... ¿Quién da más?

Lo peor de todo es que, con todo este nuevo follón, casi me olvido de desearle toda la suerte que merece Vicente Moreno esta tarde en su estreno como primer entrenador en Villarreal. Me apuesto lo que quieran a que los nuevos propietarios ni lo saben.