LA brutal ofensiva de Israel contra el territorio palestino de Gaza ha empezado a dividir a Hamas, una organización de naturaleza ambivalente: es un grupo terrorista cuyo programa se centra en la aniquilación de Israel, y también representa al Gobierno que los palestinos de la Franja eligieron frente a la corrupción y la ineficacia de la Autoridad Nacional Palestina (Al Fatah), que se quedó con el control de Cisjordania.

La división de Hamas responde a un clásico de la lucha armada. Los líderes locales, que ven a sus gentes masacradas por la maquinaria militar israelí, están dispuestos a agarrarse a la más mínima posibilidad de una tregua. Los del comité político de Hamas, tranquilamente residenciados en Siria, lejos del estampido de las bombas y el ruido de los tanques, exigen a sus milicianos de Gaza que sigan resistiendo. ¿Hasta su exterminio, quizás? Es un clásico de las organizaciones con frentes político y militar. También es un clásico que en Israel, en vísperas electorales, los dirigentes compitan en dureza, intransigencia y halconismo para atraerse a una nación que se siente legítimamente en peligro y se siente, además, el pueblo elegido.

Ante la interacción nefasta de ambos clásicos de la guerra de Oriente Próximo -guerra en sesión continua, salvo frágiles paréntesis-, la única solidaridad internacional aceptable es la que denuncia los crímenes de unos y otros cuando los cometen, no por equidistancia, sino por exigencia moral y por necesidades de credibilidad, y la que ayuda a ganar terreno a los negociadores de cada bando y a perderlo a los fanáticos. Porque esta larga guerra nunca acabará si palestinos y judíos no aceptan convivir sin destruirse. Desde lejos tenemos que propiciar la aceptación mutua y el entendimiento.

No veo que estemos en esa línea. Aquí priman la incondicionalidad, los prejuicios y, lo que es peor, una especie de hemiplejia ética que aplica el viejo principio de "dos pesos, dos medidas" del que escribía ayer Bernard-Henri Lévy. Esta parálisis parcial de la conciencia estuvo muy presente en algunas manifestaciones propalestinas de los últimos días en las que la atribución de la culpa fue deliberadamente unilateral (a Israel, por supuesto). Lo está también en las frecuentes apologías de la agresión israelí como mero ejercicio de autodefensa -comparen las bajas de unos y otros, no sólo ahora, sino durante toda esta historia- del único país de la zona que es democrático y se enfrenta allí al integrismo musulmán que a todos nos amenaza. Como si esta condición concediera patente de corso para matar inocentes...

Los que la sufren no son conscientes, pero esta hemiplejia moral es una indecencia que no deberíamos permitirnos.

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