Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La cosa no tiene enmienda

No puedo precisar la fecha ni la película, pero era una discotequera -Fiebre del sábado noche o Por fin ya es viernes- o alguna otra setentera, como All that jazz. El caso es que en aquellos desfases noctívagos que ahí se fraguaban, recuerdo que había un tipo que -como otros- ligaba con el salvoconducto de haberse hecho una vasectomía, y que un reclamo para dar confianza a las chicas era un colgante que portaba bien visible entre las clavículas: el vasectomy buttom, prueba de haberse hecho un bypass antibaby; una garantía de que el zumo iría libre de semillas, y ustedes me perdonarán la metáfora. Los ochenta trajeron la devastación del sida, y la chapita que prometía la disponibilidad sexual sin riesgo de embarazo quedó en absoluto fuera de juego: la asepsia se impuso por la mortal amenaza. Los preservativos hicieron su agosto. Porque la cosa, a fin de cuentas, tiene poca enmienda.

Ahora, en estos tiempos de contagio y suspensión de la vida de calle, y al menos teóricamente, los contactos fugaces, promiscuos o bandidos se han visto en serio entredicho. También, y esto quizá sea peor, ha condicionado a los nuevos amores, los de los jóvenes y los menos jóvenes en edad de merecer romance, que de natural cursan con contacto y respiración recíproca: los aerosoles, y más sin mascarilla, proyectan un riesgo de enfermedad que va más allá de los contendientes, y prometen una cadena de infección que puede llega a terceros -padres y abuelos-, que no participaron en encuentro físico alguno; lo cual es una triste guasa. Uno elucubra que este estado de cosas condiciona malamente el natural discurrir de los amores entre personas enamoradas o enamorándose: chavales y chavalas, y también -y esto da para una reflexión ulterior- para aquellas que compran y venden placer. No es lo mismo, pero viene a ser igual a efectos de la transmisión del virus. El gran castigador.

En la antesala de la fase final de la guerra contra el Covid-19, no pocos ni pocas prometerán a sus parejas de ocasión que su PCR es negativo, o que se han vacunado: no desconfíes, cielo, con lo que yo te quiero, vamos, no tienes nada que temer. Como escuché, con delectación, en clase de Sociología a Pedro Romero de Solís, Erich Fromm atribuyó al coito interruptus habitual en la posguerra mundial una neurosis difundida con intensidad inaudita entre la población. Todos hablamos de problemas psicológicos derivados de esta pandemia. Quién sabe cómo acabará desatándose tanta tensión sexual no resuelta. Esperemos que no como sucede en el final de la novela El perfume. ¡Descuartizados, no!

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