Leía esta semana una excelente tribuna publicada en El País por dos juristas, Félix Ovejero y Alejandro Molina, en la que, bajo el título ¿Dónde está la desproporción?, se exponían con meridiana claridad los términos del problema. De lo que se trata es de entender bien cómo funciona el Derecho, de comprender cuáles son y cómo actúan sus mecanismos postreros, inevitables ante la persistencia delictiva. Con ese presupuesto, ¿puede calificarse de deleznable una intervención policial mandada y medida por los jueces? A mi juicio, no. Y no sólo en este caso concreto, sino en cualquier otro en el que se transgredan las leyes. En Cataluña, el 1 de octubre los cuerpos de seguridad ejercieron sus funciones de forma escrupulosamente proporcionada, por mucho que las terminales mediáticas, sirviendo a intereses espurios o buenistas (el disparate es el mismo), aparenten rasgarse las vestiduras.

No hemos dotado de un aparato normativo que, en teoría, debiera tutelar nuestros derechos y defendernos ante todo ataque inicuo y antijurídico. ¿Cómo cree la opinión pública que se consigue eso? ¿Entablando un debate filosófico entre los servidores del orden y sus quebrantadores? El Derecho en última instancia es fuerza, la suficiente, legítima e imprescindible para asegurarnos un marco de convivencia viable, plural y sereno.

No nos pueden ganar posverdades ni falsos pacifismos. El desgarro catalán -me duele reconocerlo- ya sólo nos permite dos salidas: o renunciamos a todo aquello en lo que decimos creer y, abandonando a millones de compatriotas, entregamos mansamente el territorio a la Cataluña alunada, o utilizamos todos los medios que, impolutamente democráticos, la Constitución nos otorga para conseguir el restablecimiento de la legalidad.

A estas alturas, no resta sino saber si nuestros gobernantes y líderes políticos están con la ley y, por ende, la cumplirán y la harán cumplir, o si, astutos, pusilánimes o memos, dejarán desplomarse un país, el nuestro, traicionando así sus más elementales responsabilidades.

¿Que puede haber enfrentamiento en las calles? Por supuesto. Pero, ¿cómo piensan ustedes que se desmonta un golpe de Estado? ¿Desamparando policías y tolerando una insurrección ilegal y totalitaria? Más vale que nos vayamos preparando: la salida del laberinto catalán será violenta. Y si la autoridad no acepta y asume esto, mejor sería que, yéndose, dejara de estorbar en tan crítica e incierta coyuntura.

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