Yo sé que estas palabras no van a cubrir el dolor acumulado en la familia García Pomar. Pero es necesario y justo publicarlo porque ha sido la noticia luctuosa de la semana. La noticia que caía como una afilada daga en lo más hondo de todos y cada uno de los cofrades. La maldita enfermedad del COVID-19 se ha cebado en una familia nacida y criada para hacer el bien.

Estas palabras que ahora escribo en la soledad de mi escritorio podrían quedar huecas y jamás llegarán a calmar el punzante dolor que el destino le depara a gente como vosotros. Una columna complicada, amarga, inabarcable y hasta innecesaria.

Sin embargo, también pienso que no lo es. Fue Tacho, nuestro querido Tacho, ese hombre de convicciones fuertes como sus hombros cuando se mete bajo la trabajadera de las imágenes de su devoción, el que me lo dijo el otro día tras hablar un buen rato por teléfono con él.

Y es que cuando uno toma la iniciativa de escribir en un periódico no se mide cómo llega al receptor. Lo que uno escribe, muchas veces con dolor y aguantando las lágrimas que se escurren de los ojos, nunca sabe cómo será acogido por el lector. Y sin embargo hay ocasiones que sirven de lenitivo.

Mi querido Tacho. Hombre grande. Ya te dije que no tenía palabras para expresar lo que siento ante tanto sufrimiento. Pero tras hablar durante un rato, fuiste tú el que me diste ánimos porque yo soy hombre de poca fe. Y reconozco que me emocioné cuando nos despedimos.

Le pido a Dios lo que de antemano sé que os va a dar. Entereza y resistencia. Vuestras ‘Anas’ ya están junto al rostro del Señor de la Cena y velarán por todos vosotros. Los niños… los niños no quedarán desamparados ante una familia tan grande.

Os quiero en la frialdad de unas palabras y os respeto. Y la Santísima Virgen de la Merced, Paz y Concordia en cada día que os toque vivir a partir de ahora, os reconfortará. Mucho más que estas torpes letras escritas al hilo del pensamiento. Innecesarias y a la vez inevitables.