Alberto Núñez / Seoane

La crisis que nunca llega

Tierra de nadie

CASI todos sabemos la que tenemos encima y, sobre todo, la que se nos viene encima. La grave situación financiera de la economía mundial, es una realidad problemática y puede llegar a suponer un futuro bastante descorazonador.

Lo más preocupante de la cuestión, al menos a mi así me lo parece, es que todo este gran embrollo, que responde a actuaciones circunstanciales provocadas por la asunción de riesgos excesivos por parte de grandes entidades financieras de inversión en los EE.UU., es poco más que la consecuencia de un desenfrenado sistema de ambiciones desbocadas.

No voy a entrar en detalles técnicos, pero les puedo decir que la obsesión por repartir cada vez dividendos más deslumbrantes a los accionistas; lo que supone destacar en el "ombligo" del mundo financiero, lo que implica una cotización al alza de los responsables, lo que conlleva alcanzar altísimos emolumentos y el reconocimiento del mundo financiero internacional; condujo a los "ingenieros" financieros a la elaboración de productos a los que, de modo eufemístico, llaman "sofisticados", pero que, entre ustedes y yo, no dejan de ser un vulgar fraude, oficialmente conocido y permitido.

El ansia de avanzar sin pausa en la consecución de metas cada vez más faraónicas, provocó el destierro del sentido común y dio la bienvenida al "todo vale" que supone la aceptación del fin para justificar los medios.

Dicho esto, me gustaría comentar ahora, como en las situaciones complejas, como la que vivimos, se convierten en el escenario idóneo para detectar a los cantamañanas que, en indeseable densidad, pululan por nuestro entorno. Esta especie de nuestro género -si somos "homo sapiens", ellos serían "homo neciens", de necios-, responsable de la inabarcable cantidad de sandeces que entorpecen lo que debiera ser el normal desarrollo de las actividades que nos competen. Se empeñan, con tozudez de asno, en destacar sobre los demás tratando de llamar la atención de las masas en estos momentos en que la incertidumbre, y también un cierto pánico, amenazan con apoderarse del sentir general de una sociedad sumida en la desorientación y la desesperanza.

Escucho como, por ejemplo, algunas de esas "preclaras" mentes llaman a las gentes a retirar sus fondos de los bancos, o como instan al personal a que se queden con un máximo de veinte mil euros en sus depósitos, dado que esa es la suma que garantiza el Banco de España por titular y cuenta corriente. Convertidos en nefastos agoreros, disfrazados de "analistas" de chichi nabo, revestidos de una supuesta autoridad de la que en realidad carecen, intentan a costa de lo que sea, amedrentar y preocupar, más de lo estrictamente necesario, a los intranquilos ciudadanos.

A parte de mandarlos callar, de obviarlos de tertulias y foros que cuenten con la mínima credibilidad exigible y de recomendar a todos que no hagan el más mínimo de los casos a estos palurdos temerarios; a estos mentecatos habría que obligarles, simplemente, a que tomasen ellos mismos de su propia medicina -cosa que, para nada, llevan a cabo-. Por supuesto que cada cual es libre de opinar lo que le venga en gana, pero a lo que no tienen derecho es a utilizar el desconocimiento de muchos en beneficio de un pretendido -y absolutamente ilusorio- afán de notoriedad. El daño que provoca una estampida es inmensamente mayor que el que pudiese causar el supuesto motivo de la misma.

Crisis de todo tipo -laborales, económicas, personales, de salud o sentimentales- nos sacuden con una nada deseable periodicidad. Pero, por desgracia, hay un tipo de crisis que se resiste a golpear con la fuerza necesaria; una crisis que, por desconocida, es tremendamente anhelada; una crisis que no termina de llegar, cuando tanta falta nos haría a casi todos: la crisis de los necios.

Si lo necios, los majaderos, los torpes y los incompetentes, entrasen en crisis profunda y prolongada, el resto podríamos respirar con un alivio del que somos huérfanos desde que algunos de nuestros primigenios antepasados africanos se bajaron de los árboles y comenzaron a manifestar que somos todos iguales, que el círculo se puede cuadrar o que dios castiga a los malos y premia a los buenos. Esta, la de los necios, es la crisis que nunca llega.

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