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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Un cristal para mirar

Los inclinados a leer ensayos históricos, como quien escribe, acaban por adquirir criterio propio y hacen juicios personales sobre lo que leen. Tragárselo todo sería fetichismo por la letra impresa; tragarse sólo aquello que queremos oír, prejuicio. O deformación ideológica, que sería peor. Los prejuicios tienen mala solución: suelen sustituirse unos por otros; la deformación ideológica sólo tiene remedio por revelación milagrosa. Quienes piensan que un gobierno puede cambiar la historia contándola de otra manera, son quienes quisieran imponer sus prejuicios. Ningún régimen político, por totalitario que sea, puede rehacer el pasado. Lo enseñará mal, porque la educación está en su poder, totalmente o en parte, destacará páginas y arrancará otras de los libros, silenciará historiadores o les costará la cabeza, pero nunca podrá callar a todo el mundo en todo. La mala enseñanza crea prejuicios en los perezosos mentales, no en los que tienen en la curiosidad el origen de sus esfuerzos.

Es verdad que la Historia la escriben los vencedores, pero llevar este argumento al terreno de los intereses ideológicos particulares, sobre todo los que se proclaman de izquierdas, tiene sus peligros: ¿si la historia nos la han contado los vencedores, ¿fue el nazismo tan malo como dicen?; ¿fue el comunismo ruso y su corte europea el dechado de virtudes redentoras que nos contaban? Es cuestión de investigarlo y sacar conclusiones. En el caso de España, la historia se enseñaba algo torcida durante el franquismo. La reciente, porque los siglos pasados no se enseñaban mal. Conservamos los libros de texto del bachillerato para comprobarlo. Conclusión errada: si durante la dictadura los acontecimientos del pasado se enseñaban de un modo, la verdad está en contarlos al revés. Los nacionalismos han llevado este error hasta el delirio, así como el izquierdismo envejecido, enemigo ambos de la verdad, porque sus afirmaciones no resisten el análisis ni la crítica histórica, política o religiosa.

El análisis marxista de la historia, una herramienta útil que se sigue usando, sirve, y no siempre, para analizar el pasado, pero no da una cuando se mete a adivino. No todo en historia es economía y poder. Hay ideales, incluso, aunque parezca imposible, hubo ideales marxistas. Con Franco estaban vivos Menéndez Pidal y Vicens Vives, y vivos están hoy algunos de sus discípulos más eminentes. Entonces como ahora, quien quisiera encontrar información cumplida sobre un pasaje dudoso de nuestra historia, la encontraba por encima de la que figurara en la enseñanza. Por otro lado, hemos sido escépticos desde la juventud y no creemos que la influencia de la enseñanza sea decisiva en las personas inteligentes y con criterio propio. Poner en cuestión lo que se acepta como verdadero sin discutir, aleja los prejuicios y es sin duda un progreso.

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