Esta realidad abrumadora que el mundo está sufriendo - nada de pesadilla porque de las pesadillas se despierta y se acaba el supuesto terror que infunden - va a suponer muchísimas transformaciones para la humanidad. Las más inmediatas todos las estamos experimentando en este desesperante deambular cotidiano encerrado entre las cuatro paredes de tu casa. Lo que hasta el comienzo de todo esto vivíamos nada tiene que ver con lo que estamos haciendo después. Los cambios van a ser absolutos. Todo esto que les escribo no es la primera vez que lo han oído. Expertos y eminentes sociólogos lo han dicho por activa y por pasiva. Tampoco había que acudir a sus sesudos pensamientos para darse cuenta de ello. Esperemos que, al menos, tales variaciones existenciales no sean demasiado costosas ; aunque creo que lo van a ser.

Por pura deformación profesional, acostumbrado a la contemplación diaria de obras de arte, el otro día, Domingo de Ramos - como ocurrirá en toda la Semana Santa - la ciudad se había transformado, desde el exuberante ejercicio de vitalidad diaria que ocurre en estas jornadas santas, con las calles inundadas de festiva manifestación popular, en una imagen distópica sin nadie y con la situación ciudadana totalmente cambiada. Rápidamente me acordé de los cuadros de Juan Ángel González de la Calle. Jerez se había convertido en una escena absolutamente descontextualizada de su orden natural; era como una de las muchas obras geniales de este artista. Lo real perdía su absoluto habitual sentido y adoptaba una nueva dimensión. Y, también, pienso, con toda la carga de tragedia, en uno de los dos cuadros de las Postrimerías que realizara Valdés Leal para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla. Todo pasa sin esperarlo, en un abrir y cerrar de ojos, In ictu oculi.

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