Por montera

Mariló Montero

La cumbre de los bolsos

NADIE como una señora de sabe lo que no puede decir en público o lo que tiene que decir para dejar en buen lugar a su marido. Porque de las señoras de lo único que antropológicamente interesa es cómo afectan sus comportamientos a su marido.

Hay varios tipos de señoras de: las que lo son, las que viven de ello y aquellas a las que no les queda más remedio que ser. La primera variante está enmarcada en un espacio limitado al ámbito familiar. Las segundas han encontrado en ese entrecomillado su personalidad. El resto son aquellas como las que han protagonizado esta semana la otra fotografía del G-20. Trece esposas de casi otros tantos políticos que posaron ante las cámaras del mundo para salvar a éste de la crisis mundial. Ambos retratos deben ser históricos por su valor intrínseco: el de Obama, quien con su poder mesiánico pretende con esta cumbre que nunca más haya otra crisis económica, y el de Michelle Obama, señora de, quien posa rodeada de más señoras de y que nos debe llevar a acabar de manera definitiva con el dudoso papel que se les otorga.

"Estamos orgullosas de estar aquí con los hombres que toman decisiones tan importantes. Ahora creo que si aplaudimos lo suficientemente fuerte nos oirán desde allí y quizá eso les inspire para lograr el acuerdo". Esto es lo que dijo la señora del presidente ruso, Svetlana Medvedev, a un grupo de adolescentes durante su visita a una escuela londinense. "Ser lista es más guay que cualquier otra cosa en el mundo", versó Michelle. Estamos de acuerdo en que el tono infantil adoptado para su discurso por ambas mujeres está adaptado a la circunstancia de la edad del aforo. Pero, ¿qué relevancia tienen esas señoras durante la cumbre del G-20? ¿Es necesario crearles una agenda pública que las lleva a la ópera, a una escuela o a escuchar a relatos de J.K. Rowling? ¿Qué servicio social aportan a la humanidad? Es, una vez más, la clara evidencia de que por mucho que una mujer esté preparada se deja humillar para dejar en buen lugar a su hombre. ¡Cuántas personalidades se pierden en ese esfuerzo de la mujer que no puede sacar los pies del tiesto!

Con esa puesta en escena, avivada por crónicas en las que la prensa destaca que "la esposa de Ban Ki-moon lució en la cena de Downing Street un conjunto de falda negra y chaqueta añil muy poco afortunado", las mujeres seguimos aceptando un puesto retrógrado que continuará contagiando de injusticia a futuras generaciones. Saquemos de nuestros bolsos el arma que llevamos al lado del pintalabios para que se reconozca, valore y respete a las mujeres como son y no de quién son. Si se critica a Michelle Obama por el precio de sus zapatos de Jimmy Choo, que al menos sea una cuestión que caiga en manos de Garzón. El G-20 ha dejado en evidencia que la participación de las esposas es una cuestión de Estado y se debe valorar a las personas por lo que son, no por de quiénes son.

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