En tránsito
Eduardo Jordá
Opositar
Tribuna Cofrade
Jerez/Hace ya algún tiempo mi abuelo Manolo me enseñó que todo empieza y termina por la Esperanza. Me lo inculcó enseñándome a amar a la Virgen a través de los ojos de la Esperanza de la Yedra, su devoción del alma. Nunca me lo dijo, pero me lo hizo saber a través del cariño, la sapiencia y la ternura que siempre me mostró. Este año iba a ser muy especial ya que el pasado mes de junio él se fue con su Esperanza a vivir la luz perpetua con el Señor de la Sentencia. Íbamos a ir a buscar el paso de palio verde de la Plazuela, con las primeras claras del día, que se asoman por los aledaños de la Catedral. Pero sin saberlo –las cosas de Dios– iba a ser la mismísima Esperanza la que viniera a buscarnos a nosotros, en cada una de nuestras casas. Y ese mensaje está actualmente más vivo que nunca. Porque entre tanta noticia mala que vemos cada día en los medios de comunicación, siempre aparece la esperanza. La que transmiten los cientos de personas que repartidas por este Jerez salen, en el silencio de una recogida del Santo Crucifijo, a repartir el pan nuestro de cada día a quien les hace ahora más falta que nunca. Aquella que surca los mares de hilos y dedales de todos los que dedican su tiempo en estos días de confinamiento a elaborar mascarillas.
Suena la esperanza en las misas telemáticas, en las lecturas del Evangelio leídas con el corazón y en nuestro rezo diario. Está presente en los hospitales, en los sanitarios y en los enfermos ya que la Santísima Virgen cuida de todos los contagiados, de los que están en la UCI y acoge a los que no pueden con la enfermedad. No están solos, está Dios y su Madre con ellos.
La esperanza está viva en cada casa, en las familias, en el deseo de que todo esto pase. Y volver a ver a nuestros padres, abuelos, parejas, amigos… La esperanza es lo que nos anima a aplaudir cada tarde a las 20:00 h. Y por supuesto, esa esperanza también está en las cofradías. Porque nos ha hecho valorar aquello que apenas percibíamos y que tanto echamos de menos. Al margen de las procesiones, que por suerte, volveremos a tener el próximo año. Todos guardamos la esperanza de disfrutar pronto de todo lo que nos hace sentirnos cofrades. Se echan de menos los ratos con los Titulares, a solas o acompañados. Besarle sus manos y pies. El abrazo a los hermanos. El día a día en las cofradías. Los agobios organizando la Estación de Penitencia. Se añoran la preparación de cirios, de pasos de palios, la puesta de flores.
Vivimos hasta con la esperanza de vivir un día de lluvia. Quedándonos sin salir. Pero con la tranquilidad de que estamos todos, nos encontramos bien, en el templo y junto a Ellos. Es la Esperanza. Porque los cristianos tenemos que ser portadores de ella. Con la fe en Dios, abandonándonos en Él, ¿quién tiene miedo?. Dios proveerá. Esta Semana Santa estamos viviendo nuestras respectivas Estaciones de Penitencia de una manera distinta a como estamos acostumbrados. Pero Dios está con nosotros. No nos ha abandonado. Como decía mi abuelo, Manolo Román, al que tanto echamos de menos, el principio y el final de todo en nuestras vidas es la esperanza. Y vivimos con la esperanza de reencontrarnos el día de mañana en el Reino de Dios. Todo esto pasará. Y seguiremos apoyándonos unos a otros. Vienen momentos difíciles, más allá de esta pandemia. La economía, los trabajos. Pero saldremos adelante. Porque siempre nos queda la esperanza. Y hoy más que nunca hay que tenerla muy presente. Por ti, por mí. Por todos. Vive con esperanza. Siempre la Esperanza.
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