Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

De la hoz al martillo (II)

El control de la información es el peldaño que sigue en la lúgubre escala del atropello a la libertad. Vieja y cansina reivindicación, anhelo enfermizo, y permanente obsesión entre los ‘camaradas’ bolcheviques, junto a todos y cada uno de los posibles especímenes aledaños.

La ‘opinión’ pública es la más bastarda de todas las opiniones posibles. La falta de criterio firme para mantener la coherencia imprescindible en cualquier actitud que se precie, condena, en este caso, a ‘lo público’ a ser objeto de fácil manipulación, constituyéndose en presa segura a las fauces, siempre hambrientas, de esos proxenetas del amalgamiento social que, también hoy, se hacen llamar ‘comunistas’.

La censura, es decir: la libertad absoluta de los que mandan para mentir, sin que se sepa, a los que obedecen, es inherente a las dictaduras. Podríamos decir que no es posible llegar al absolutismo sin la previa implantación de una censura.

La libertad de expresión, siempre amenazada, no casa con los carceleros de la primera ni con los amañadores de la segunda. Recortar, suprimir, manipular, reprimir… en definitiva, censurar, es amputar la comunicación entre las personas. Sin comunicación libre, no hay relación digna; sin esta relación, ‘lo social’ se desvirtúa, se rompen los lazos que mantienen la conexión entre las gentes, que terminan por encerrarse en sus vidas, ahora aisladas; el temor coarta, se impone el miedo que aleja la esperanza…

La información es vital, el control de los medios, imprescindible. Reparto de generosas ‘dádivas’, sólo entre los ‘afines’; concesiones discriminatorias, excluyentes para ‘los adversarios’; control en el reparto de noticias y de ‘las noticias’; selección de lacayos para la supervisión impositiva; leyes mordaza, con la excusa de salvaguardar la intimidad ciudadana; al final… ‘periodismo’ sometido: información pervertida.

Caso mucho más delicado, pero, por lo que puede llegar a suponer, definitivo, es el Ejército.Aquí está, siempre, el quid de la cuestión: o sí… o no. Aunque parezca una perogrullada, el Ejército es el nudo gordiano, dependiendo de si se deshace o no –el nudo-, así será el futuro inmediato de unos y otros.

Sabemos, por desgracia, que la fuerza está al final de todo, es el último recurso, el que nunca debería de usarse, pero el que siempre está ahí para que todos sepamos que, si ahí está, es para poder usarse…Hace falta tiempo, mucho tacto y perseverancia, también es imprescindible una labor destructiva para emponzoñar los cimientos, para corroer la red de hierro que soporta el hormigón armado. Pero con paciencia y falta de escrúpulos, con aviesa determinación, mala sangre y ambición desubicada, casi todo se consigue: y ‘ellos’ siempre tienen de todo esto, para dar y repartir.

Si entonces, ‘La Fuerza’ apoyase, tácitamente o no, al gobierno que con toda intención desgobierna al país en cuestión, la hora de hacer las maletas habría llegado… si da tiempo, claro. No exagero lo más mínimo: ahí tienen Venezuela, una dictadura implacable, el pueblo sumido en la pobreza absoluta, detenciones arbitrarias, torturas, ejecuciones… Secuestro del Parlamento, terrorismo en las calles, apropiación de los recursos económicos del país…

Y, a pesar del reconocimiento de la Asamblea Nacional, ajena al dictador, y de Juan Guaidó como único presidente legítimo de Venezuela por parte de todo el mundo que importa, a pesar de todo eso… ahí sigue el tirano, ¿por qué?, sencillamente porque le apoya el Ejército. España es diferente, decimos y dicen…; esperemos que así sea.

La hoz y el martillo en el emblema comunista querían simbolizar al campesino y al obrero, la lucha, se suponía, era por ellos, por sus derechos conculcados por la tiranía zarista durante muchos años, hasta la Rusia de principios del siglo XX. Derrocado el cruel e inmisericorde régimen absolutista, sobrevino otra de igual calado. Los ‘libertadores’ hicieron lo mismo que los antiguos sátrapas, pero nadie lo podía contar, nadie podía decir que lo sabía, nadie podía negar el triunfo de ‘la revolución popular’, que siguió aplastando a campesinos y obreros del mismo modo y con la misma sanguinaria inhumanidad en que antes lo habían hecho los abominables zares.

El problema es mucho más simple de lo que pudiese parecer: se trata de ambición, sin límite; cinismo a toda prueba; y una total falta de escrúpulos, nada más… y nada menos.

Ha habido, y hay, muchos más capitalistas comunistas, que comunistas; lo que si hay, y siempre ha habido, es mucho ‘comunista’ capitalista. Aquellos, los que he llamado capitalistas comunistas, viven en regímenes capitalistas, sí, pero libres, sociales y progresistas; algunos han repartido parte de sus fortunas, han ayudado a la ciencia, la investigación y el desarrollo y han sido solidarios con muchos necesitados.

Los siguientes, los comunistas, por desgracia, brillan por su escasez; hay hombres y mujeres de buena voluntad que sin duda tratan de ser fieles a esa ideología y predican con el ejemplo, son escasas excepciones… además de estos ciudadanos anónimos dignos, por supuesto, de todo el respeto, que así piensan y actúan en consecuencia, algunos más conocidos –no como comunistas, aunque, de hecho, lo fueronsería la Madre Teresa, Vicente Ferrer, Gandhi, Martin Luther King, o Nelson Mandela… gentes, unos y otros, que han luchado por los demás antes que por ellos, que han vivido, y muchos de ellos, muerto, por defender, de verdad, los derechos de los olvidados, de los desfavorecidos, de los que nada tienen.

Luego, están los últimos, los ‘comunistas’ capitalistas; de estos los hay, bien repartidos y a puñados, por toda la sarta de populismos izquierdosos, dictadores bananeros en Venezuela, Cuba, Nicaragua, o Corea del Norte, falsos ‘verdes’, ‘rojeras progres’, ‘intelectuales rojizos’ y toda la fauna adyacente de oportunistas indecentes; y son precisamente éstos los que ‘predican’, pero mienten; los que prometen y engañan; los que vociferan, mientras callan sus miserias; ellos son los de la hoz, para cortar la libertad de los demás, y el martillo, para aplastar a quien se oponga.

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