LA semana pasada la tuvimos amenizada por los dos debates de nuestros sueños. El del estado de la Nación y el de la Comunidad andaluza. Los dos tuvieron algunos puntos en común y también algunas diferencias apreciables. La coincidencia más evidente fue que, tanto en la Carrera de San Jerónimo como en Las Cinco Llagas, se olía a despedida anticipada de legislatura, aunque la sensación era mucho más acusada en el Congreso, sobre todo porque la calculada ambigüedad de Zapatero daba pábulo a especulaciones, todavía más, sobre la posibilidad de elecciones en otoño. Además, y eso sí es seguro, protagonizaba su último debate de esta naturaleza, puesto que no va a ser el próximo candidato a la Presidencia y, por tanto, tampoco podrá ser el próximo líder de la oposición.

En Andalucía, Griñán no se despedía, pero en el fondo y en la forma se traslucía la incertidumbre del futuro. Sabía que también podría ser ése su último Debate sobre el estado de la Comunidad, no porque no vaya a ser el candidato, sino precisamente por eso. Y ese cúmulo de medidas anunciadas, muchas de ellas imposibles de cumplir en lo que queda de mandato, era como un brindis al sol, un tanto desesperado, intentado recuperar el rumbo perdido.

Otro punto en común entre los debates de Madrid y Sevilla era precisamente el que por parte de los respectivos gobiernos, se daba la sensación de querer reconquistar, en los pocos meses que faltan, serán cuatro u ocho, para las elecciones, la confianza perdida de un sector de su electorado que le volvió la espalda el 22-M. Era como decir lo que les gustaría hacer, aunque no tengan tiempo para hacerlo. O sea, un acto de fe.

En cuanto a las diferencias, había una muy obvia. Y es que, mientras en Andalucía debatían los dos candidatos, en Madrid lo hacía uno que no lo es contra otro que lo va a ser. El candidato del PSOE estaba allí, sentado en el segundo escaño del Gobierno, callado y seguramente pensando en si le conviene, o no, que esto acabe ya. Precisamente por eso, por el olor a despedida y un cierto sentimiento nostálgico por lo que pudo ser y no fue, hasta los leones de las Cortes pusieron caritas de compungidos. Sin embargo, en Las Cinco Llagas, el duelo tenía mucha dureza política y pocas concesiones personales.

Por último, la gran diferencia es que, mientras en el Congreso se respiraba ya el cambio de ciclo político, y esto se traducía en la intervención del presidente, que era más una justificación de lo hecho o no hecho, que una promesa de futuro, en Andalucía se oían los tambores que anuncian el inicio de la última batalla electoral. Griñán y Arenas van a por todas, uno a conservar lo que tiene y otro a conquistar lo que no tiene. Los dos piensan que pueden conseguirlo. Y eso se nota.

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