Basta tener hoy un pírrico cinco de nota media y tendrás una beca si el umbral de renta te lo permite. Así lo ha decidido el Ministerio de Universidades. Desaparece el requisito del esfuerzo y el sacrificio para alcanzar una nota mejor. La beca permitió décadas atrás que nadie quedara excluido de la educación como ascensor social. El factor esencial de este sistema consistió en la búsqueda de la excelencia sin importar la condición social y económica. Así, muchos hijos de familias humildísimas sobre todo en los años posteriores a la guerra, pudieron acceder a una educación pública. Ello contribuyó a crear una gran clase media, un país sin analfabetismo mucho más próspero que el de nuestros abuelos. Eliminar la cultura del esfuerzo no es bueno para nadie, deriva en una suerte de mediocridad colectiva y es abono para el control de las voluntades, produce ciudadanos con pensamiento débil permeables a discursos totalizadores. El mismo peligro corre el ingreso mínimo vital, tan necesario para paliar tantos dramas personales y familiares. Si esta acertada medida no va acompañada de efectivos requisitos de inserción a modo de pequeños ítems que requieran del beneficiario un esfuerzo considerable por salir de su situación, acabará creando- al igual que el estudiante que sabe que tiene asegurado el curso siguiente con un aprobado raspado-, una sociedad del subsidio que se conforma con lo mínimo. Igualar la sociedad por abajo es condenarla. La pobreza no se extingue solo con dinero. La exclusión es una lacra que abarca otras realidades de la vida, la escasa calidad humana, la carencia de valores sociales y comunitarios, la inanidad y la educación mediocre. El trato digno al que sufre pobreza no está en alimentar las causas de su mal, sino en acompañarlo en su esfuerzo por el camino de la inclusión. Hasta el final.

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