De la decepción al cansancio
Brindis al sol
Aquella Cataluña culta parece haberse vaciado, vorazmente engullida por una apuesta decimonónica y trasnochada
En estos días, vísperas electorales, se ha hecho público el desplazamiento de la candidatura, de un Parlamento a otro, de Inés Arrimada. Con este motivo se han realizado valoraciones políticas de su decisión. Pero junto a éstas, han surgido también comentarios más espontáneos, que incluían exclamaciones conmiserativas del tipo "¡ya debía estar bien harta!" o "¡cuánto hastío y aburrimiento ha debido soportar!". Exclamaciones que permiten captar la opinión de gran parte de España respecto al separatismo catalán. Un estado de ánimo que, cuando menos, en la calle, ha pasado de la decepción, a la resignación y lleva ya un cierto tiempo instalado en la fase, aún más insoportable, del cansancio. La mitificación cultural que, desde el resto del país, se proyectó sobre la Cataluña -justificada sobre todo en el caso de Barcelona- de los años setenta y ochenta, permitió que a su fuerza económica, se uniera también la imagen de una región avanzada y europeísta. Pero la entronización, gracias a los manejos de Pujol, del catalanismo excluyente y su conversión casi exclusiva en secesionismo, dinamitó aquella imagen y cuanto significaba de vida abierta y creadora. Con la ayuda -nunca lo suficientemente destacada- de los comunistas y socialistas catalanes, el objetivo de la independencia ha copado toda la energía política del viejo catalanismo. Pero lo que más sorprende es la disolución de aquel empuje cultural de antaño. Ni una sola idea, ni una sola propuesta creativa ha venido en ayuda de esta anodina construcción teórica del independentismo. Cuatro eslóganes malos o falsos y mucho espectáculo para seducir a gente necesitada de ilusiones. Expuestos, además, por unos dirigentes políticos tampoco sobrados de ningún carisma apreciable. Aquella Cataluña culta parece haberse vaciado, vorazmente engullida por una apuesta decimonónica y trasnochada, con mucha bandera, mucha exaltación sentimental para los creyentes pero sin ningún discurso renovador, a la altura de estos difíciles tiempos. Por eso se comprende que, en la calle, muchos españoles hayan comprendido y se hayan identificado con el gesto de Inés Arrimadas. No cabe duda, los separatistas catalanes, tan cansinos, repetitivos y autómatas, deben ser muy tristes y aburridos de tratar y soportar. Como horizonte discursivo de convivencia parece poco estimulante. Y se podría añadir que los restantes españoles tampoco merecen estar sometidos a semejante cansancio cotidiano.
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