Alberto Núñez / Seoane

Una de degenerados

Tierra de nadie

Escribía, hace dos semanas, sobre la predisposición positiva de la generalidad de las personas con ocasión de determinados acontecimientos sociales que nos son muy próximos: el Rocío, la Feria, etc, pero es obvio que las vergonzantes excepciones que confirman la norma, se empeñan, con bochornosa reticencia, en demostrar las miserias que enmierdan la naturaleza humana.

Era un día de Feria, la alegría podía con la rutina del día a día, las ganas de pasarlo bien le habían ganado la partida a las preocupaciones cotidianas; era tiempo de amigos y baile, de ricas tapitas y refrescantes copas de buen vino de Jerez, hasta el sol de una radiante primavera se unió a los compases por bulerías que marcaban el son de días que se obligaban felices. Pero no, no podía ser; siempre hay una panda de 'maricones' dispuestos a recordarnos que vivimos en un mundo de perros.

Tres jóvenes, exactamente igual que otros muchos, disfrutaban del ambiente, charlaban, reían, bailaban… sin molestar a nadie, preocupados, sólo, de cumplir con la 'sagrada' obligación de disfrutar de los buenos momentos; pero cinco 'maricones' pensaron que no lo merecían porque, al sucio entender de sus mentes cortas y diminutas, sus tendencias sexuales no eran las mismas que las de ellos, esos tres 'degenerados' eran homosexuales; no como ellos, cinco jineteros de la poca leche, sin duda auténticos 'machos', folladores empedernidos, 'travoltas' baratos de discoteca cutre, probablemente impotentes, acomplejados e infelices.

Los 'defensores' de la enmohecida moral carpetovetónica, celosos 'guardianes' de la 'supremacía' masculina; acosaron, persiguieron, insultaron y apalearon a los tres jóvenes 'diferentes', sin más motivo que ése: tener una opción sexual distinta a la suya. Si no fuese porque es real, sería para despelotarse de la risa, pero como la tragedia es muy, y repetidamente, cierta, sólo queda luchar para que toda la caterva de violentos abusadores, excluyentes, retrógrados e intransigentes ceporros -estos si que son auténticos 'maricones'-, sean perseguidos, denunciados, juzgados y encarcelados hasta que aprendan a respetar la libertad de los que, afortunadamente, ni piensan, ni son, ni hacen el amor como ellos; pero son, de aquí a La Habana, mucho más hombres que ellos.

Escuché en la televisión, días después de lo sucedido, las declaraciones de una de las personas agredidas y, ni después de lo que tuvo que pasar, su estado de ánimo delataba deseo de venganza u odio hacia quien le humilló y violentó -habría que ver que sucedería si hubiese ocurrido al contrario-; el joven tan sólo mostró su voluntad de ser respetado, faltaría más, y poder vivir su vida como quiera, sin molestar a nadie ni ser por nadie molestado, menos no se puede pedir.

Todos esos degenerados que pululan por ahí, ofendiendo, acosando, maltratando o, triste pero ciertamente: asesinando a mujeres indefensas, a débiles ancianos, a homosexuales, o a vagabundos abandonados… son la verdadera escoria de nuestra sociedad. No son delincuentes acuciados por la necesidad -cualquiera, justa o no, que esta pudiese ser-, sencillamente son egoístas compulsivos, nazis de espíritu, enanos de mente, fantasmas presuntuosos y prepotentes, capaces de todo -hasta de atajar y enterrar la vida de quien no cede a sus exigencias- con tal de aplacar su maldita vanidad; ¡basura humana, en estado puro y… putrefacto! y, como tal, ¡desechable!, salvo posibilidad -muy remota- de reciclaje.

Maricón es un adjetivo que se puede considerar como despectivo en casi toda España. Sólo en algunas provincias andaluzas aún se utiliza como se hacía antaño, para calificar, sin desprecio alguno, la condición homosexual de un hombre. El 'maricón' que he usado sirve para denostar el 'talante' de los impresentables que se creen con la potestad de ajusticiar a las personas que tienen una tendencia sexual diferente a la propia, para evitar cualquier posible malentendido.

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