La columna

Bernardo Palomo

Era demasiado inmenso

EN estos días, con tantos ecos festeros, con el machacante sonsonete de las múltiples zambombas y, por supuesto, con los efluvios espirituosos de las copas nos ha pasado desapercibida, una vez más y como siempre ocurre cuando las cosas afectan a los más desgraciados, la sempiterna tragedia de una patera zozobrando llena de criaturitas indefensas y engañadas; de nuevo y ya van tantas que se nos pierde la cuenta, se ha hecho presente, en aguas cercanas a la costa andaluza, la impune realidad dramática de unos pobres escapando de la pobreza para abrazar la crueldad de un destino cuyo horizonte no llega, siquiera, a otearse. Veintitantas personas muertas, varios niños, mujeres embarazadas..., lo de siempre. Mientras, lo verdaderamente preocupante era lo de Veracruz, que Doña Letizia se había quedado aquí mientras doña Señora Rajoy acompañaba a su señor esposo, que vaya resfriado más grande que tenía Don Mariano - ¡no es malo, ni nada, un resfriado de don Mariano!, y el pobre fuera de su casa, con lo mal que se curan los resfriados fuera de la casa de uno, sin caldito, sin aspirina y en una cama extraña -. Los pobres supervivientes, algunos habían visto morir a sus hijos y a sus más allegados, sin saber nadar, decían que no creían que el mar fuera tan inmenso. La inmensidad del mar, la quee tantas veces ha sido elemento literario y artístico, se ha convertido en destino final para unos pobres que no sabían de su grandeza; grandeza mortal para ellos que sólo han llegado a entrever un horizonte esquivo de miedo, dolor y muerte. Mientras, los demás a lo nuestro; a lo que realmente importa en este otro mar de inmensidades absurdas.

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