Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Sobre la democracia

La definió Churchill como "el menos malo de los sistemas políticos", en mi opinión, no se equivocó. No lo hizo porque, aunque acumula muchos inconvenientes, la larga lista de sus incuestionables ventajas pesa mucho más.

Confiar el poder a los representantes de la voluntad popular es, sin duda, el más valioso y significativo de sus activos. Pero, sucede que la voluntad popular también comete errores, muchos errores, tantos como los que se pudiesen achacar a cualquiera de los otros sistemas políticos. Cierto es que, al ser el mismo sujeto - "el pueblo"- el que, en su caso, yerra y el que sufre las consecuencias de la equivocación, se juzgan y califican -porque es la opinión pública, la del "pueblo" quien lo hace- de modo mucho menos estricto los aconteceres, penurias y desgracias que se abaten sobre la ciudadanía. A nadie, tampoco al "pueblo", le gusta reconocer sus errores ni asumir las consecuencias que, de ellos, inevitablemente siempre se derivan.

El Hombre es un animal evolutivo, como el resto de los que hasta hoy nos acompañan en el planeta. Gracias a nuestra capacidad de adaptación hemos llegado hasta donde estamos. Dado nuestro carácter de seres sociales -no estamos hechos para vivir aislados-, la complejidad de las relaciones que implica la convivencia continuada entre grupos numerosos de personas, ha sido y sigue siendo el más decisivo de los condicionantes para que una determinada sociedad pueda avanzar, desarrollarse y progresar o, por el contrario, se quede estancada, agarrotada por la preponderancia de unos instintos primarios que terminarán por asfixiarla, negándose a sí misma la posibilidad de un mañana mejor, inalcanzable si no se cultiva entre un mínimo de sosiego, seguridad, paz y generosidad.

En el largo y tortuoso proceso, digamos que de "civilización", en el que los humanos hemos sido medianamente capaces de superar muchas de nuestras miserias -aunque queden otras muchas aún por derrotar-, destacaría el haber conseguido construir, con cierta solidez y mantener en un plazo razonable de tiempo, amplias y complejas estructuras sociales que son, por otra parte, las que nos están permitiendo sostener viva la acción evolutiva, sin la que, más bien pronto que tarde, estaríamos acabados. Por muy lejos que pensemos que hemos llegado, por muy avanzados que nos consideremos, si no permanecemos envueltos en un permanente espíritu de evolución, nuestro tiempo habrá llegado a su fin.

Aplicando estas premisas al asunto que hoy nos ocupa, la democracia, diremos que los hombres hemos tenido la habilidad de ir "parcheando", remendando y perfeccionando, los "agujeros", las carencias y las insuficiencias que a lo largo de su historia la han puesto en peligro; hemos hecho que la democracia evolucione para superar trampas, "atajos" o triquiñuelas, para ponerla a salvo de salva patrias, de populistas y falsos profetas vendedores de humo, para adaptarla a los tiempos, alejarla de manipuladores con afanes totalitarios y preservar vivo y factible el objetivo para el que vino a nuestro mundo: hacernos un poco más libres.

Sucede que, hoy, si no cuidamos por mantener muy presentes y activos todos esos "remedios" con los que, durante muchos años, hemos tratado a la democracia para que siga siendo ella misma, aquellos a los que no les gusta podrían terminar firmando, si no su sentencia de muerte, la pena de prisión permanente "revisable".

El Ejecutivo es el poder que sale de las urnas, son -deberían ser- los representantes de la voluntad popular, por un período determinado de tiempo y por tiempo limitado. Pero, el Ejecutivo, con el poder en una mano y el "temor" a perderlo en la otra, suele amañar, desbarrar e incumplir. Se "inventó" solución para esto -es uno de los "remedios" a los que antes me he referido-: controlar al Ejecutivo ¿Cómo, si son ellos los que ostentan el poder? El poder sí, pero… no "todo" el poder.

Es obvio que el poder Legislativo, que reside en el Congreso de los Diputados -encargado de elaborar, proponer y aprobar las leyes por las que nos regiremos-, constituye el "brazo" administrativo del Ejecutivo: para llegar al Gobierno hay que contar con mayoría en Las Cortes; por lo que no será este "segundo" poder el encargado de salvaguardar los más que factibles abusos codiciosos de políticos ansiosos. Sin embargo, el tercero de esos poderes, imprescindibles en cualquier intento de democracia, el Judicial, si puede hacerlo. Es por esto, y para que sea posible desarrollar ese cometido, que su independencia es del todo imprescindible para que un régimen que presuma de democrático lo sea y mantenga sana su condición de tal.

No es admisible ni recomendable ni contemplable que los candidatos a ocupar las altas instancias judiciales sean "propuestos" ni "recomendados" ni mucho menos designados por el Ejecutivo, el Legislativo o cualquier tipo de "peón" por estos interpuesto. De que esto sea o no sea, vendrá a depender la estabilidad, por tanto, el futuro, de nuestras libertades. Sin control y la posibilidad real de ser rectificado o frenado, el poder de un gobierno acabará por encallar en el trágico arrecife del absolutismo, de aquí al fascismo será sólo una cuestión de tiempo, de poco tiempo.

En un poder Judicial independiente, elegido por cualquiera menos por los que estará encargado de controlar, reside la vacuna contra las demasías de egos distorsionados por un poder excesivo, germen inequívoco de vasallaje y opresión, antesala de sombra sin esperanza, augurio de arbitrariedades y atropellos, pronóstico cierto del secuestro de la libertad.

Que nadie pueda llegar a colocarse "sobre" la democracia sólo nos lo podrán asegurar jueces independientes, transparentes y obedientes… a La Constitución.

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