La esquina

josé / aguilar

El derrotado es quien decide

PARADOJAS. Una, el noble -e inconsistente- pueblo español no está premiando a los partidos que más trabajaron por la formación de un gobierno tras el 20-D. Dos, el candidato que parece más castigado en las urnas del 26-J es el que tiene en sus manos la elección de nuevo gobierno: el gran derrotado es el que decidirá.

Primera paradoja. Teníamos la impresión de que los ciudadanos, abocados con fastidio a la repetición de elecciones, castigarían a la hora de votar de nuevo a las formaciones que imposibilitaron la investidura intentada por Pedro Sánchez (PP y Podemos). Impresión descalificada por el CIS. Son PP y Podemos los aparentes beneficiarios de la polarización de la campaña, y eso que sus líderes Rajoy e Iglesias resultan los peor valorados. Paradójico todo, ya digo.

Segunda paradoja. Si el sorpasso se confirma, en votos y en escaños (algo que la propia dirección socialista está asumiendo como alta probabilidad), Pedro Sánchez se convertirá en el elemento clave para la constitución de un nuevo gobierno y, por tanto, para sortear la catástrofe de unas terceras elecciones generales. El PSOE habrá dejado de ser poder o alternativa de poder para derivar en bisagra. Imprescindible para la investidura de otro. El derrotado es también el decisivo.

El problema es que esa capacidad de decantar la balanza en una u otra dirección no depara al PSOE beneficios o ventajas (como en el pasado consiguieron las bisagras nacionalistas), sino inconvenientes. Si las cosas ocurren como están previstas, el PSOE tendría que optar entre sumar sus diputados a los de Podemos, y algún otro, para hacer presidente a Pablo Iglesias y gobernar junto y a las órdenes de los podemitas, o abstenerse para permitir la investidura de Mariano Rajoy, o de otro parlamentario del PP, previo pacto PP- Ciudadanos. Susto o muerte, vamos, en homenaje a la invasión de la cultura norteamericana.

Veamos. Tiene que asustar la mera idea de confesar a los españoles que la salida a la parálisis nacional pasa por la continuidad del PP en la Moncloa o, lo que es lo mismo, que cuatro años y medio de lucha frontal acabarán en prórroga al enemigo principal. Pero llevar a Iglesias a la presidencia y compartir tareas gubernamentales con quien hasta se ha disfrazado de socialdemócrata con el único propósito de destruirte es directamente la muerte. Por suicidio.

Nunca un papel político tan protagonista y decisorio ha sido a la vez tan dramático.

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