S I para escuchar al corazón, uno tiene que guardar silencio, para escuchar el alma de uno, solo basta con desnudarse por dentro.

Y tus adentros - desde aquel día-, están forrados de roces, de detalles, de miradas; de palabras, de susurros, de lágrimas; de desvelos, de caricias, de rosas perfumadas… desde que de su boca el primer beso le arrancaras.

Estas palabras que acaban de leer no las firma hoy este perseguidor de sueños, sino que lo hacen unos amigos míos; se han levantado con ganas de recordarme algo y cualquiera los dejaba con la palabra en la boca.

Me van a permitir que se los presente.

Son los poros de mi piel, esos que esconden los recuerdos que no soy capaz de dejar adormilados bajo la oscuridad de una caja de cartón o esperan calladamente a que cierre los ojos para que vayamos de la mano al encuentro de unas sábanas frías y vencer juntos a los escalofríos de la noche y al rencor de los moratones.

Y les dejo que hablen hoy porque hoy es el día elegido por ellos para celebrar junto a mi piel que por culpa de aquella sonrisa, esa que nació bajo el compás de la espera y entre bulerías de nervios, ambos volvimos a nacer.

De eso hace ya once años, y la culpa de todo esto la tiene ese guiño que alguien puso en mi tierra, en mi camino, en mi senda, y que con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en el aire con el que relleno mis ilusiones.

Ilusiones que a veces penden de un hilo, pero que pocos saben que sólo con seguir apretando sus dedos, los guantazos sin mano que recibo seguirán doliendo menos.

Cuando no sepan cómo explicarse lo que uno siente, pregúntenle a los poros de su piel, ellos le conocen mejor que nadie.

A mí me han ayudado hoy.

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