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Cinco días de una ausencia

"El mayor de los tesoros, la vida, está desenterrado. Sin embargo, qué pocos lo encuentran", advierte Montiel

Aristóteles nos explica que, en literatura, importa más la verosimilitud que la veracidad. A la mínima sospecha, el lector suspende la suspensión de su incredulidad. Carlos Bousoño, buen hijo de su tiempo, dio un giro subjetivista y añadió que el lector puede no compartir los sentimientos del escritor o sus ideas, pero tiene que considerarlos plausibles.

Hay una excepción que confirma esas reglas lógicas: Jesús Montiel (Granada, 1989). En principio, me cuesta congeniar con su posición sentimental en Casa de tinta (Hiperión, 2019), su último libro, un conjunto de prosas poéticas. Se lo toma todo a la tremenda, con unas grandes dosis de sufrimiento romántico. La agenda es un ataúd portátil. Las redes sociales, una trampa tétrica. Incluso su manera de vivir la vocación literaria resulta agónica: «El poeta: ese obstáculo que debe sortear cada poema». Su hipersensibilidad para los matices y las irisaciones más delicadas a mí, más frívolo y bruto, me choca. Por ejemplo, su mujer tiene que ausentarse cinco días de la casa familiar y él lo vive como el hundimiento absoluto.

Sin embargo, la excelencia literaria del excepcional poeta que es Montiel logra vencer todos los prejuicios. Añorando la alegría de su mujer ausente, se marca una frase que parece un verso de Luis Rosales: «Tu sonrisa está atada a tu corazón como el globo de un niño a su manita». Sólo eso le da a su sentimiento de desamparo una connotación de orfandad que lo vuelve mucho más aceptable. Los niños sí viven la ausencia de unos días como un drama.

Luego hay un fantástico golpe de humor: «Día cuatro. Anochece. En el cenicero veo uno de tus cigarros. Un fósil de la era Nosotros». El fósil y la era ya no son tanto una exageración sino una cobertura para el guiño: ¡con la ausencia de su esposa, lleva cuatro días sin limpiar los ceniceros! Eso sí me lo creo.

Y acabo quitándome el sombrero cuando, en la siguiente sección, el poeta visita un cementerio y reflexiona: «El mayor de los tesoros, la vida, está desenterrado. Y sin embargo, qué pocos lo encuentran». ¿No se van mis semanas sin dar con un tesoro de belleza, quizá por la costra de mis prisas, mi sentido común y mis sentimientos normalizados? Me ha hecho falta Jesús Montiel para dejarme plantado delante de mi cofre y sus innumerables joyas pequeñas.

Ahora estoy deseando que llegue mi mujer para contárselo. ¿No está tardando demasiado hoy, ay? Me desespero.

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