Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Dos días de febrero

Afinales de junio de 1981, recién terminada la EGB, hice el viaje de fin de estudios con el colegio. El destino, Madrid y alrededores. Dentro de las visitas y excursiones de rigor, además del Museo del Prado, el Museo de Cera o el acueducto de Segovia, tuvimos la suerte de poder visitar el Congreso de los Diputados gracias a la gestión que mis profesores hicieron con un diputado por la provincia, creo recordar que el portuense Esteban Caamaño. A pie de calle en la Carrera de San Jerónimo nos esperaba un compañero suyo de grupo, un diputado muy joven, dicharachero y simpático llamado José Bono.

Él (quién le iba a decir que años después presidiría el Congreso) fue quien nos hizo de cicerone por la sede de la soberanía popular y nos mostró, entusiasta, cada detalle. Nos sentamos en los bancos de los diputados, hablamos por sus micrófonos y hasta tuvimos la oportunidad de escuchar por la megafonía, con los pelos como escarpias, el audio del día que entró en ese mismo hemiciclo el teniente coronel Tejero. Aquel joven diputado nos mostró los impactos de bala en el techo de la sala tras los disparos de los asaltantes cuatro meses atrás y nos explicó que aquello fue un ataque a la democracia, todavía joven, y el papel del Rey Juan Carlos I.

Desde aquel día han pasado muchas cosas, buenas y malas, en un país que ahora se parece muy poco al de entonces. Porque tengo la impresión, y ojalá me confunda, de que el recuerdo del intento de golpe de Estado y de esa noche de los transistores le importan un pimiento a muchas personas hoy, que están más pendientes de otras cosas que les parecen más importantes. Y no me refiero al Covid, que por supuesto lo es.

Quienes no han tenido que vivir determinadas situaciones no son capaces de valorarlas. Tal vez los de nuestra generación fuimos injustos con la de nuestros abuelos que sufrieron una guerra y no valoramos en su medida muchas de las comodidades y cosas cotidianas como una simple barra de pan. Ahora sucede algo parecido. Muchos de quienes no vivieron el 23-F o el 28-F de un año antes, que hoy celebramos, son incapaces de entender lo que significan estas fechas. No digamos quienes, en su afán por derrocar el sistema, aprovechan cualquier circunstancia, como las condenas a un rapero delincuente, para azuzar a las masas de descerebrados a crear el caos en la calle, que es el caldo de cultivo para su asalto al poder. Lo triste es que, en lugar de tratar de enseñar la importancia de hechos como el 23 o el 28-F en nuestra historia a quienes no los conocen o parecen haberlos olvidado, los utilizamos como armas arrojadizas al adversario político. Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y tantas otras personas que lucharon por la democracia merecen más respeto. Desaprovechamos muchos de los mejores valores que, por encima de matices o teorías de la conspiración, tienen esos y otros momentos de nuestra memoria en los que demostramos cómo salir de las adversidades. España, Andalucía, se echaba entonces a la calle para defender la democracia y la autonomía. Hoy, quienes lo recordamos con orgullo tenemos que seguir combatiendo desde la formación y la legalidad a quienes quieren que lo olvidemos.

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