Hablando en el desierto

Francisco Bejarano

Los difuntos

Escribo sobre santos y difuntos para hacer ver que el deseo de esoterismos y fantasías neuróticas, que ha dado una calidad de "tortas", y los lectores de novelas de conspiraciones inverosímiles, tienen campo mucho más amplio para su credulidad en lo que podríamos llamar, siempre que no atente contra la fe, la mitología y las leyendas cristianas. Los difuntos que nos quisieron en vida nos protegen de los que nos odiaron, si hubo alguno que alimentara nuestra soberbia con su odio, y les impiden hacernos daño. Los difuntos dañinos no cejan, como en vida, pero los entorpecen los protectores. El espiritismo hizo mucho daño a los difuntos porque los sacó de su reposo eterno para hablar con los vivos y los convirtieron en ectoplasmas, una falta de respeto imperdonable. Gente importante, trastornada por el dolor de la pérdida de un ser querido, creyó en el espiritismo y se consoló en él. Hoy no sé qué importancia tendrá ni debe importarnos. A quienes nos quisieron y protegieron en la tierra les basta que los tengamos en el pensamiento. Los mensajes que nos mandan para nuestro bien son las mismas recomendaciones que nos hacían en vida y, al recordarlas, surten efecto, porque su principal preocupación era evitarnos sufrimientos.

El siglo XVIII se empeñó en erradicar las supersticiones y las vio hasta donde no las había: no creían que del cielo pudieran caer piedras, como aseguraban los campesinos ignorantes. El comunismo en su propaganda antirreligiosa echó mano de la parapsicología y de los alienígenas para explicar lo inexplicable, a pesar de que la religión tiene suficientes explicaciones y más sencillas: eran misterios y como tales los aceptábamos mientras los doctores de la Iglesia se dedicaban a estudiarlos. Al venir del comunismo, la parapsicología y los visitantes de otras galaxias tuvieron mucha aceptación entre la progresía, incluso los prodigios de la Biblia tenían interpretaciones fáciles si metíamos de por medio naves extraterrestres. Son manifestaciones de la batalla contra la melancolía, muy fuerte en la izquierda cuando se da cuenta de que el hombre necesita fantasía y misterios sagrados, además de pan y trabajo. No caigamos en las tentaciones de la gente corriente, obnubilada con promesas terrenales imposibles de cumplir. Ya tenemos las tentaciones de toda la vida que nos dan, además de pan y trabajo, virtudes heroicas. Recordemos a nuestros difuntos y sigamos sus enseñanzas y ellos nos protegerán del feísmo, de futuros engañosos, de las revoluciones in péctore y de los regímenes políticos in pártibus infidélium. Honrémoslos como nos enseñaron los romanos, porque abogan por nosotros para que les acompañemos en una vida más venturosa.

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