La realidad siempre a la ficción. Más aún, en esta cuarta revolución industrial a la que estamos asistiendo y de la que somos testigos interesados. Esa, que está afianzando el hecho de que las nuevas tecnologías están avanzando como nunca, que los mundos virtuales están ganando terreno a pasos agigantados o aquello de que la robótica está suplantando a los humanos. En los pasados salones innovadores de principio de este año se ha constatado, a nivel mundial, el auge de los automóviles trepadores, elevadores e incluso sin conductor, la generalización de impresoras en tres dimensiones que fabrican cualquier producto en material reciclado, la presencia de los robots domésticos para temas culinarios, la llegada de humanoides con piernas y brazos construidos de pvc y cableado interno que controlan las funciones vitales a modo de pequeños asistentes personales de personas sin movilidad, a la hora de una toma de tensión o la realización de un electro. Los enormes avances en materia audiovisual acercándonos a la 6G, los de la microtecnología médica, la astrofísica o la informática son aún más novedosos. Imparables hitos digitales hacia la primera revolución filosófica de la humanidad en base a que los valores sobre la vida evolucionan como nunca lo han hecho en los veinte siglos anteriores. Valores que parecen no calar pues, mientras tanto, de forma incongruente, seguimos aumentando el número de carteras, el número de consejerías y el número de diputaciones, sobre dimensionando los puestos públicos, y atacando las listas de espera cuando la consejería es de otro color político. Así, se usa como chivo expiatorio a la informática y la nube. Puede que un nuevo orden existencial esté en marcha. Parapetarnos tras los avances como disculpa vacía. La risa de un bebé, el atardecer del sol en el mar o un melodioso recitativo de Mozart de fondo son otro nivel.

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