El dogmatismo de lo actual

Hay una presencia excesiva de partidos e ideologías en la vida pública y una carencia de sociedad civil e ideas

Suele olvidarse esta paradoja: prohibiendo las ideologías distintas a la suya y aniquilando con ello la vida política, las dictaduras lo ideologizan todo, ya sea como adscripción obligatoria a la ideología del partido único o como oposición a él desde otros supuestos ideológicos; mientras que la democracia permite la participación desideologizada y no partidista -que no es lo mismo que descomprometida- en la vida pública. Bajo el franquismo, que aborrecía tanto las ideas (decir de alguien que era "una persona de ideas" era una acusación) como las ideologías y la política ("usted haga como yo y no se meta en política", se cuenta que recomendó Franco) todo era ideología. No solo el arriesgado ejercicio de la resistencia militante, sino leer ciertos libros (a su vez comprados en ciertas librerías), revistas y periódicos, ver ciertas películas, oír a ciertos cantantes, frecuentar ciertos bares… Todo, hasta los comportamientos íntimos y la apariencia física -pelo, barba, ropa-, estaba ideologizado por acción u omisión. Porque lo que no comulgara con el Régimen, pero tampoco con sus oponentes ideológicos, era ideologizado como franquismo pasivo, escapismo reaccionario, apoliticismo de derechas.

Tampoco se libraban de la ideologización las manifestaciones artísticas. Desdichados como Cernuda -lo recuerdo muy bien- eran condenados por igual por el Régimen y por la izquierda de la poesía social, hasta que se reivindicó desde la poesía de la experiencia. Este mal puede darse también en democracias que padezcan exasperaciones ideológicas. Un ejemplo extremo: en la convulsa Alemania del 68 el cineasta radical Jean-Marie Straub se hizo perdonar su Crónica de Ana Magdalena Bach, sobria recreación de la vida de Bach interpretada por Gustav Leonhardt, que ejecutaba sus obras en tiempo real ante la cámara, dedicándola -y no es broma- "a la lucha de los norvietnamitas contra el imperialismo".

En la normalidad democrática, en cambio, no todo está obligatoriamente ideologizado. Es posible participar en la vida pública al margen de las ideologías y los partidos, a partir de ideas o creencias y a través de las organizaciones que vertebran la sociedad civil. O incluso a partir de una soledad actuante y solidaria. Les vuelvo a recomendar La resistencia íntima de Josep María Esquirol; y, con relación a estas cuestiones, su capítulo VII: No ceder al dogmatismo de la actualidad.

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