Tribuna Cofrade

Domingo Díaz Barberá

Hermano de la Sacramental Sagrada Cena

¡Hoy es LUNES SANTO!

Desde mi más tierna infancia, el día de hoy, Lunes Santo, lo hemos vivido en casa como un segundo Día de Reyes. El nerviosismo de la víspera, durmiendo poco e inquieto, se disipa o aumenta a la hora temprana en la que abro de par en par las cortinas de la habitación de mi dormitorio.  ¡Soleado…sííí…soleado! A veces,  también, ha salido cruz: nublado o, peor aún, lloviendo. Y es que de esos días plomizos, en lo meteorológico, también he conocido varios en los cincuenta años que cumpliría hoy “vistiendo” la túnica rojiblanca de mi Hermandad de la Sagrada Cena.

Hoy, 6 de abril de 2020, es un Lunes Santo absolutamente distinto a cualquiera de los precedentes hasta la fecha, al menos desde la infame guerra civil.

Este año ha salido “cruz”, pero no porque la climatología sea adversa, sino porque es una cruz plagada de miles de clavos, claveteados por el dolor de la muerte y de la enfermedad de tantas miles de personas en todo el mundo, víctimas de la pandemia que estamos padeciendo.  Miles de muertos y millones de enfermos y confinados es el dantesco balance que presenta el maldito virus de moda.

Pero, hoy es Lunes Santo y, si bien no podemos acompañar –vistiendo la túnica nazarena- a Nuestros Sagrados Titulares, en nuestra Estación de Penitencia, a la Santa Iglesia Catedral o al Templo principal de cada población, debemos de tratar con todas nuestras fuerzas de no bajar los brazos, de no caer en la desolación. Y esas fuerzas, para no caer en la más absoluta desesperanza, debemos sacarlas abrazándonos al tesoro que Cristo nos regaló con su Pasión y Muerte, pero sobre todo, con su Gloriosa y Triunfante Resurrección: la FE.  Ya lo dice San Pablo: “Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra Fe”.

Cristo instituyó la Eucaristía -ofreciendo su cuerpo y su sangre- en la Última Cena con sus discípulos, como suprema muestra de amor hacia sus hijos y, desde entonces, se quedó con nosotros en el Sagrario.

Por ello, en este Lunes Santo tan diferente –al igual que lo serán todos los demás días de nuestra Semana Mayor- a cualquiera de los anteriores, pero tan Santo –como siempre- como segundo día de la Semana más grande del año para los que somos católicos, debemos fijarnos en María. Debemos como siempre, pero si cabe aún con más ahínco en estos tiempos convulsos, agarrarnos a la mano de la Madre de Dios.¡La Virgen nunca abandona a sus hijos!.  Así, María que es Amparo, Refugio, Paz y Concordia, Amor y Sacrificio, Socorro y, siempre Merced nuestra, será la Candelaria que ayude a disipar con su Luz pura y clara las tinieblas en las que nos encontramos.

Finalizo, deseando que vivamos con fervor –desde casa y en comunión con el Santo Padre Francisco- el Triduo Pascual que desembocará en el “Domingo de todos los Domingos” con el triunfo de Cristo. ¡Qué el Señor acoja en su Reino a los que han muerto, dé consuelo a sus familiares y salud para los enfermos y, pronto volvamos a abrazarnos, como hermanos que somos, en su infinita Piedad!  

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