USTED se hace la pregunta y usted mismo se la responde", me espetó en la primera rueda de prensa con él en la ciudad deportiva del Betis. Fue una relación escasa, pero intensa, la que tuve la suerte de mantener con Luis Aragonés y se afianzó con aquella clase periodística tras una perorata marca de la casa, acaso queriéndole demostrar al nuevo entrenador verdiblanco algún conocimiento sobre el fútbol o el propio Betis.

Había tenido tibios contactos con él, a través de un amigo común -a la sazón Barrerita, Sabonis después-, en su etapa como entrenador del Sevilla y estaba aleccionado. A Luis no le gustaban los tontos. Era huraño con la mayoría de los periodistas, pero a los que no sabían, a los que detectaba que no provenían del mundo del fútbol, que en aquella época comenzaban ya a aflorar, los orillaba.

Con Luis se aprendía en la sala de prensa. Cada palabra o comentario te hacía meditar: el Sabio de Hortaleza, la soledad del entrenador... Era cuestión de ir anotando para el día de la entrevista, en noviembre de 1997, para la corresponsalía de El Mundo Deportivo. La recuerdo con cariño, como una de las que más me llenó. "Yo no soy sabio ni sé de nada", era el titular. En Barcelona lo cambiaron por otro peor que ni quiero recordar. "Yo tenía un hermano, que murió; un hombre bastante instruido, con estudios y que polemizaba bastante; a él sí le decían El sabio, y un periodista lo cogió y me lo puso a mí", contó Luis por vez primera.

"Me acuerdo de una final de la Copa de Europa del Olympique de Marsella… Un entrenador belga, que ya tenía muchos años (Raymond Goethals) y que ganó, iba corriendo a abrazarse con alguien y casi todo el mundo se abrazaba a otros; lo vi solo corriendo y me dije: 'Mira lo que es la soledad del entrenador", relataba uno de los técnicos que más me marcó profesional y personalmente y al que ayer rindió homenaje, entre muchos, otro entrenador de Hortaleza que lo admiraba, Pepe Mel.