Pablo Casado es el elegido, y ahora todos corren a buscar las causas de su éxito, más amplio de lo que un principio pudiera esperarse. Desde la izquierda y lo que no lo es (o sea, Ciudadanos) vienen machacando la idea de la vuelta de la derecha dura que parecía enterrada y de paso sacan el fantasma de Aznar a pasear, mientras lo que queda del marianismo se resigna a jugar su papel de doble perdedor en el último mes, primero con la moción de censura y ahora con la derrota en el Congreso.

Mucho se está hablando del giro conservador que ha dado el Partido con Casado frente al continuismo pragmático y contemporizador de las políticas de Rajoy que representaba Soraya. Algo de eso habrá, sin duda, pero me da la impresión que su victoria tiene una raíz más emocional que ideológica. Por encima de los méritos de unos y de otros (o de unas y de otras, que aquí el lenguaje inclusivo sí está justificado), la pérdida del Gobierno dejó al PP en un marasmo existencial necesitado de un aire nuevo que acabara con la depresión, y no parece que eso fuera a arreglarlo quien precisamente representa la continuidad de un proyecto liquidado.

Ha sido Casado, como podía haberlo sido Maroto o Levy, por nombrar a otros de la nueva ola llamados a protagonizar los nuevos cambios, quien ha tenido la audacia y la ambición de ver el hueco entre los (las) centrales, y colarse delante de la portería. Que el gol haya entrado por la derecha tanto da, si de lo que se trata ahora es de sumar los tres puntos y traerse la victoria. Porque Casado ha ofrecido el mensaje que la mayoría de sus electores querían oír, aquel que cuadra con la reafirmación de los principios tradicionales de la derecha. ¿Una derecha más conservadora? Posiblemente, pero es que no conviene olvidar que ahora mismo (más tarde ya se verá) la partida del PP se juega en la derecha del tablero sobre todo porque así lo ha querido su principal adversario, que no es otro que Albert Rivera.

Una vez aupado, le toca ahora trasladar esa subida de tono desde la parte más orgánica de la organización hasta el electorado general, lo cual le exigirá temple y persuasión a partes iguales, y también una modulación en el discurso a favor de corriente. Con todo, ya está ahí, es joven y no parece tener deudas con el pasado. Y visto lo visto, tampoco hay que tener mucho más para ser en este país presidente del Gobierno.

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