Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

La sociedad líquida

TODO fluye, los espacios se entremezclan y confunden, se fusionan, se diluyen, se licúan, se disuelven. Las fronteras de la comunicación, que supuestamente existen con los idiomas, son a lo sumo, límites gramaticales que se solventan con traductores 'online' y máquinas de inmediatez idiomática. Las redes dominan los espacios de la interconexión global. Las aplicaciones-app crean sociedades nuevas, relaciones insospechadas hasta ahora y lenguajes de neo-expresionismo imaginario; aunque, con respeto lo digo, sospecho de la capacidad simbólica y metafísica de este tipo de jerga. Nadie puede negar que se ha logrado un salto cuantitativo en la comunicación; porque lo cualitativo reclamaría otra consideración. Hay comunicación, pero ¿hay comunidad? Todos estamos conexionados: facebook, whatsapp, twitter, instagram... Estos medios, a nuestro servicio, propician una novedosa relación virtual que eliminan mediaciones que antes considerábamos indispensables: modos protocolarios, urbanidades, cortesías, ritos, tiempos, espacios que han sido borrados de un plumazo; basta una dirección alfanumérica para embutirnos en la comunidad virtual. Hasta ahora nos estábamos moviendo de una determinada manera: las reglas, que nos constituían, eran seguidas, en mayor o menor medida, por casi todos, y así nos identificábamos. Las cosas han cambiado, y no parece que esto pueda dar marcha atrás. Otra cosa será si, en esto, que prospera irremediablemente, nos hemos dejado algo importante detrás. Con la cocina, por ejemplo, pasa otro tanto. No puedo decir que los nuevos modos hagan peores sabores; pero, sin duda, los gustillos han cambiado. De la cocina de puchero lento, con 'tos sus avíos', hemos pasado a la olla rápida y al diseño de la 'nouvelle cuisine'. Se ha dejado el plato pesado y las salsas contundentes por algo más liviano y de presentación más estética. No digo si peor o mejor; es la realidad. ¿Qué sobra o qué falta? Dependerá de cada quién; o no, que diría Rajoy.

No solamente se diluye la comunicación, sino también las fronteras, como El Tarajal de Ceuta, que tiene su punto débil por el agua. Perdemos firmeza, en la medida en que perdemos referencias precisas y consistentes que identifiquen el camino. Nadie se atrevería a salir un día de niebla por una carretera que no estuviera adecuadamente señalizada. Necesitamos signos, hitos, límites que nos posibiliten el camino de la libertad. Y lo que parece una contradicción es, empero, la necesaria referencia para sentirnos protegidos en medio de la nebulosa social que nos asedia. El buenismo adánico de lo fluido tiende -trending topic- a desvanecerse en lo inasible de los conceptos, algo así pasa con los eslóganes poéticos e indefinidos que se utilizan en las campañas electorales, que lo mismo sirven para un roto que para un descosido.

Las sociedades aladas, angélicas, que se derivan de la comunicación líquida y global, pero sin comunidad referencial, son, precisamente por ello, fácilmente bizcochables y manejables. Los mensajes válidos hacen referencia solamente a la actualidad de última hora y al mismo tiempo pasajera. Todo es rápido, contingente y caduco. Vivir 'a la última' supone consumir cuanto antes lo recibido. El pasado, lo fijo y referencial estorba a las actuales corrientes de los canales de Babilonia, donde nos ponemos a llorar con nostalgia por lo perdido. Nada puede contener la ola de modernidad líquida que nos envuelve ¡Pobre de quien no sepa nadar! La sociedad líquida carece de consistencia racional; no la necesita, no precisa del armazón argumental sólido, sería demasiado lento para los tiempos que arrollan. Todo es rápido, sin espacios cerrados, sin esqueleto siquiera que pueda sostener la blandura fláccida de cuanto se dice o se hace. Hasta la movilidad en el trabajo online ha desestabilizado la referencia de los trabajadores, quienes, después de esta pandemia, piden la vuelta al espacio físico de trabajo que les referenciaba. Las relaciones intangibles, los 'streaming', las conexiones virtuales, y sus derivados, han provocado una fluidez mental inconsistente y fácilmente manipulable; y, lo que es peor, una esquizofrenia, en las, ya muy deterioradas, relaciones interpersonales. Tengo, algo así como la irracional impresión, de que un gran Hermano, con algoritmos subrepticios, estuviera manejándolo todo, con la anuencia inconsciente de quienes viven tan contentos de haberse conocido.

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