LES ocurrirá a muchos como a mí, que no les extraña nada que los socialistas patrios-que tantos amigos perdieron en el camino vía coche-bomba o tiro en la nuca- pacten a pecho descubierto con quienes un día los cazaban como a conejos; con quienes siguen celebrando la vuelta al Pueblo del viejo Gudari asesino como si fuera un libertador. No me interesa la falta de memoria o de vergüenza de la élite política, la doy por hecha, pero sí la indolencia de una sociedad anestesiada que no solo es incapaz de reaccionar sino que da por bueno el Pacto.

Esta vileza no le costará al partido del Gobierno un solo escaño. Debería. En esta era que llamamos postmoderna, las coordenadas culturales, ideológicas o morales se destacan por haber conformado un pensamiento colectivo frágil, un tipo de sujeto manipulable incapaz de tener un discurso consistente y que ha sido sometido en estos nuevos tiempos de lo efímero y relativo; un ciudadano que se traga casi todo lo que le llega dosificado a través del nuevo oráculo en el que se han convertido las redes sociales, un individuo en permanente estado de entretenimiento. Me apena que se prostituyan conceptos tan esenciales para la vida personal como la libertad, la dignidad o el bien común; y se manoseen con descaro los principios políticos que hicieron de esta vieja Europa una civilización reseñable.

Hoy, en nombre de la Democracia, los que dicen defender el progreso nos recetan con sus consignas de siempre la misma visión estrecha que pregona una sociedad mejor que nunca llega. Nuestro país no es un caso aislado en este mundo globalizado, cuyas élites experimentan nuevas formas de control más sutiles dándonos apariencia de sujetos con plena autonomía y empoderados, cuando lo que resulta es una masa ingente de esclavos del consumo y el espectáculo, aunque éste sea de lo más vil.

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