La anécdota la protagonizaba, creo recordar, Madame de Sévigné, escritora epistolar del Ancien Régime. Alguien le preguntó por la gastronomía española y, en especial, por los garbanzos, y ella, con gracia infinita, le contestó: "El primer día probar uno; el segundo, dos; y nunca pasar de tres". Lo cierto es que dicha frase, apócrifa o no, sirve para muchas cosas. Por ejemplo: para calcular los minutos al día que uno debe visitar Twitter. Sobran tres para llegar a la conclusión de que el país está al borde de la guerra civil. Luego uno sale a comprar el periódico (el fetén, el de papel) y se encuentra al portero tan tranquilo regando las últimas rosas de la primavera, al cayetano confraternizando con el podemita y, en general, al común yendo del corazón a sus asuntos. A los periodistas nos sobran horas de Twitter y nos falta minutaje de cafeterías, supermercados, autobuses de línea, parques, ferrocarriles, avenidas, calles, barreduelas y todos esos espacios que son cohabitados por gente cuyas verdaderas miserias y grandezas no pueden ser atrapadas ni en la pantalla de un teléfono móvil ni en las taxonomías de los profesores de Ciencias Políticas.

Desde hace ya lustros, los sectores más ideologizados de derechas e izquierdas, los que principalmente colonizan Twitter, han vuelto a vislumbrar el espejismo de la victoria, ese que tanto daño le ha hecho a España. Como en unos dibujitos animados, la vida política virtual es un intercambio de porrazos, mandobles y bombas con mecha, con el ingenuo objetivo de imponerse definitivamente a un enemigo que parece de goma y siempre se recompone. Tengo para mí, pero es una simple elucubración, que la génesis de esta accidentada dinámica se generó con la Ley de Memoria Histórica, la herencia más envenenada de Bambi. A partir de ésta, tanto la izquierda como la derecha se han vuelto a autocontemplar como bloques estereotipados en lucha por la victoria total, sin comprender que la nación a la que dicen servir es mucho más compleja que la que ellos imaginan. España no es una pista de tenis, sino un ruedo. No es un mero intercambio de golpes entre derechas e izquierdas, sino una enrevesada realidad que no se puede resumir en un contador. Un país que es imposible atrapar en ese lugar común del eje derechas e izquierdas, creado para comisarios políticos e inquisidores, pero no para los ciudadanos que quieren vivir en paz consigo mismo y con los demás. Todos, faltaría más, tenemos el corazón más a la diestra o a la siniestra, pero recuerden: "El primer día, uno; el segundo, dos; y nunca pasar de tres".

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