La esperanza está en París

Bienvenida, pues, toda ambición que sirva para desterrar los viejos brillos de las identidades nacionales

Si se confirma que las fuerzas políticas que apoyan a Macron consiguen la mayoría en la Asamblea legislativa francesa, puede que afloren en Europa motivos para un cierto optimismo y pierdan poder los maleficios que la acechan por doquier. Se cumpliría así el viejo deseo de De Gaulle cuando proclamaba que Europa debe estar preparada por si un día un Gobierno de los Estados Unidos decidiera dar la espalda al continente. En el fondo, esa susceptibilidad gaullista hacia el mundo anglosajón siempre se ha mantenido latente, pero ahora parece haber cobrado nueva vida. Basta recordar, como manifestación simbólica, el talante exhibido por Macron al saludar a Trump. Aquel mínimo, meditado y bien escenificado gesto de orgullo ha devuelto una cierta confianza a mucha gente porque han visto que, esta vez, hay un político en el Elíseo que escribe en francés, pero piensa, sin esconder su ambición, en europeo. Bienvenida, pues, toda ambición que sirva para desterrar los viejos brillos de las identidades nacionales y diluir las viejas fronteras.

Muchos quieren ver en el logro presidencial de Macron la consecuencia de un simple juego de azar, el oportunismo de una partida bien jugada por alguien salido de no se sabe dónde (o, lo que es peor, de la banca Rosthschild). Se le reclama así una experiencia política, olvidando que esta ausencia de ataduras es precisamente su mejor baza, si quiere jugar con audacia en un mundo de europeos desencantados y con pocas esperanzas. Quizás, sólo se proponga, en principio, que a la política regrese la razón. A este respecto, su itinerario anterior garantiza que sabe, como filósofo, tratar con ella. A la pasada colaboración con Ricoeur, añade ahora la del filósofo alemán Habermas, que ha hecho público el sostén a sus iniciativas políticas. Mientras tanto, también se reeditan los seis serios artículos que publicó en la revista Esprit y se agota su reciente libro, Révolution.

Un fenómeno, pues, muy francés, pero por eso mismo cargado de expectativas. A los mismos periódicos franceses, desconcertados, se les escapa la envergadura real del nuevo presidente y para descifrarlo recurren a personajes literarios de Balzac, de Stendhal (sobre todo del Rojo y el negro) y buscan en los autores favoritos de Macron (Gide, Camus, Cioran, Céline) claves para desenmascararlo. La mecromanía ha devuelto a Francia un nuevo calor por la polémica, por política y por los libros. Puede ser una moda, pero siempre será preferible a una discusión sobre Trump o a sufrir la enésima foto de Puigdemont.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios