ES Esperanza uno de los nombres más bonitos de mujer. De esos cuyo significado pasa inadvertido en el momento de las presentaciones, pero que luego, cuando se conoce más a fondo a la poseedora del virtuoso nombre, refuerza o anula el significado sobre ella.
Esperanza, y tras leerlo me paro para hacer una pausa emotiva de pregón, es una palabra a la que asomarse como si estuviéramos delante de un paisaje idílico; imagen de una promesa a la que confiarse como hace la muchacha de Dalí, a la que vemos en el cuadro de espaldas, contemplando un fondo marino evocador de este valle de lágrimas.
Sigo, repaso y no encuentro un mejor nombre de marca como Esperanza para vender una alternativa política de futuro, aunque, una vez pronunciadas sus nueve letras y tras leer su sonido en el aire, veo que también pudiera servir para rotular un gabinete de videncia, de estética, y de otras cosas serias.
Estos días, a la Esperanza más popular, los de su partido le van a gastar el nombre de tanto usarlo, así no tanto su apellido Aguirre, puesto que según parece etimológicamente viene a significar "lugar alto que domina un terreno", lo que estaría situando a la aspirante en un nivel superior al de sus compañeros en la escalada hacia el poder, quedando al mismo tiempo zanjadas las dudas surgidas sobre la madera de su liderazgo y la situación de privilegio de la que parece ser merecedora desde la cuna.
Sucede que a veces se encuentran a personas con nombres y apellidos dotados de un atributo que bien logra sugerir un destino que cumplir o una forma de ser determinada. Así hubo padres que debieron trucar el oráculo arrojando a sus hijos a un destino incierto lleno de paradojas. Lo mismo que cuesta creer que un delincuente sea Cándido, o que una enfermera responda al aviso de Angustias, existen seres desesperantes que se llaman Esperanza. Busquemos más ejemplos.
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