Muy joven, Pedro Rellins abandona su ciudad natal, Venlo, en la actual Holanda y entonces bajo dominio español. Decide dejar atrás su conflictiva tierra y emigrar al sur de Europa, seguramente atraído por la riqueza del comercio americano. Llega así hacia 1690 a Sanlúcar de Barrameda, donde Pedro acaba convirtiéndose en un notable artista cuya actividad trascendió los límites locales. A principios del XVIII ya se encontraba, de hecho, entre los grandes escultores de la zona. Por aquel tiempo la iglesia del nuevo convento sanluqueño de las carmelitas descalzas aún carecía de un retablo para su altar mayor y Rellins es el elegido. El resultado fue uno de los mejores ejemplares de la retablística salomónica gaditana. Su fama llegaría al Jerez de la época y prueba de ello sería su más que probable autoría sobre el Cristo de la Coronación.
Medio siglo más tarde, muerto ya nuestro imaginero, la rocalla hacía furor. Las carmelitas de Sanlúcar deseaban enriquecer su templo con nuevos altares laterales. Ahora el más renombrado retablista comarcal tenía su taller en Jerez y se llamaba Andrés Benítez.
La sugestiva combinación de las obras de Rellins y Benítez es sólo la parte más visible de una rica colección artística que llega al delirio preciosista en la clausura. Tres siglos de arte que ahora se pretende cortar de raíz con el cierre del convento. Llegan rumores de salida de todas esas piezas hacia Sevilla y hasta de derribo de este edificio barroco, un verdadero golpe al patrimonio andaluz en caso de hacerse realidad. Una triste noticia que recuerda mucho a lo sucedido con el Espíritu Santo de Jerez y nos debe hacer de nuevo reflexionar sobre la falta de protección legal de las obras de arte de los conventos.
Sanlúcar y Jerez, dos realidades enlazadas ayer. Hoy un patrimonio indefenso y una necesidad apremiante de actuar.
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