La esquina

José Aguilar

El faraón no se quiere ir

LA formidable y continuada movilización de cientos de miles de egipcios no ha conseguido su primer objetivo (la salida del poder de Hosni Mubarak) pese a que eran la representación avanzada de muchos millones de compatriotas. Los que han estado desde hace dos semanas y media clamando en la plaza de la Liberación por eso mismo, por la liberación, sin dar un solo tiro y sin perder los estribos ante las provocaciones, no son una vanguardia fanatizada, sino los adelantados de todo un pueblo en marcha. La partida sigue.

En marcha contra un régimen dictatorial, generador de penuria y corrupción, cuya reacción de última hora ha sido insuficiente. Ni la retirada a medias de Mubarak del control del partido dominante -único, en la práctica-, ni las tímidas medidas de reforma política (diálogo con la oposición, comité de sabios para cambiar la Constitución) ni las subidas de sueldos a los funcionarios y pensionistas han bastado para frenar las ansias populares de libertad. Tampoco los titubeos de aliados europeos de Egipto, que han sostenido el sistema cobijados en la vieja excusa de que es un dique de contención contra el integrismo islamista y un factor de estabilidad en el polvorín de Oriente Próximo, por sus cordiales relaciones con Israel.

La fuerza de los hechos va a imponer más bien la tesis contraria: el islamismo radical prosperará mejor entre las masas desesperadas ante una situación sin salida. El antídoto contra la teocracia no es la continuidad de la injusticia, sino la democracia laica que permite combatirla mediante el ejercicio de los derechos humanos.

Egipto no ha acabado de desprenderse del tapón que obstruía su desarrollo. Todo queda por hacer. Por construir. No creamos que la libertad está garantizada. Las próximas horas serán decisivas. La lucha continuará por la cerrazón de Mubarak. La pregunta es qué hará el ejército, que bajo su mandato ha alcanzado una posición de privilegio político y económico. Hasta ahora se ha negado a disparar contra los manifestantes. A los militares les toca negociar con la oposición el cambio hacia la democracia. Viene un tiempo apasionante, de conflicto entre lo viejo que se resiste a morir y lo nuevo que no tiene la fuerza suficiente para imponerse a lo viejo. Lo propio de toda transición: la lucha entre la reforma gatopardesca que lava la cara sin alterar la sustancia y la ruptura que, por ir hasta el fondo, lesiona intereses creados, crea incertidumbres y da vértigo.

El mundo está pendiente de la revolución de Egipto: tiene más de 80 millones de habitantes, es vital para el comercio mundial por su control del canal de Suez, parece el más fuerte aliado posible de Occidente y millones de musulmanes lo miran como ejemplo.

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