La faraona y la cerveza

En estos tiempos globales siempre es de agradecer que alguien desde las alturas se acuerde de dónde venimos

La Cruz del Campo (así la llamábamos en casa, por su nombre completo, quizá porque su apócope comercial posterior siempre nos pareció poco para tanto como significaba para nosotros) ha pegado lo que se dice un pelotazo con su última campaña promocional, Con tu acento, protagonizada por la imagen recreada con las últimas técnicas de la inteligencia artificial (deepfake, lo llaman) de una revivida Lola Flores que presume fantasmal y poderosa de raíces ante las deslumbradas generaciones de ahora.

Fue Lola Flores posiblemente la más fiel exponente del espectáculo en su expresión más popular, pegada invariablemente a unos registros (la raza, el atrevimiento, la desmesura…) a los que nunca renunció, llegando al estrellato desde lo más abajo, actuando resuelta y bullanguera por las tablas de medio mundo, representando en cierta medida ese talento innato que casaba bien en aquellos años con la nueva España sesentera del desarrollismo. "No canta ni baila, pero no se la pierdan", tecleaban alborotados en sus crónicas los enviados especiales extranjeros, mientras las leyendas urbanas se hacían lenguas de aquella fuerza de la naturaleza que surgía como del fuego cuando bailaba desnuda en las juergas nocturnas de los señoritos.

Pero lejos de quedarse en sólo una imagen de la España franquista más cañí, su popularidad incluso creció con la llegada de la democracia, uniendo a su acusada personalidad de artista consagrada una simpatía cercana capaz de arrancar muestras de solidaridad aun cuando estuviese metida de lleno en complicados asuntos judiciales. Tanta era su fuerza, que supo trascender a los repetidos estereotipos del flamenco y los excesos para acabar convertida en gran matriarca de una pródiga familia de artistas, en la que tampoco faltó el matiz dramático con la muerte de su recordado hijo Antonio, prácticamente sucesiva a la suya propia.

Ahora, con esta aparición repentina de la mano de nuestra cerveza, se da un paso más añadiendo a su imagen reconocible ese toque pop que la hace, si cabe, incluso más icónica, en un interesante proceso de inculturización que ni el mismísimo Andy Warhol habría firmado. En estos tiempos globales donde ya nada es lo que era, siempre es de agradecer que alguien desde las alturas se acuerde de dónde venimos, da igual, como dice la Faraona del anuncio, que seas de la Conchinchina o de La Línea de la Concepción.

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