La felicidad y Xavi

Hay que recelar de quienes nos expliquen cómo hay que ser español, catalán o extremeño

Xavi Hernández, el jugador de fútbol, se manifestaba no hace mucho en favor de los Jordis, votando de amarillo. A los pocos días, sin embargo, el mismo futbolista que se quejó de la baja calidad democrática de España, declaraba que "es cierto que en Qatar no hay democracia, pero la gente es feliz". Es probable que lector encuentre incongruentes estas afirmaciones del señor Hernández. Y hemos de decir que tiene razón. Pero hay un motivo -en realidad, dos- para que el señor Hernández opine así. Y los dos pertenecen al orden dieciochesco, a la huella ilustrada de lo pintoresco.

Quiero decir que el señor Hernández ha heredado dos prejuicios del Setecientos, cuales son la búsqueda de la Felicidad y la variedad etnográfica de los pueblos. Por el primer motivo, los ilustrados pensaron que los derechos del hombre, que la caída del Ancien Règime, iba a traer una era de Felicidad que en realidad no vino. Por el segundo, los hombres del XVIII, con Montesquieu a la cabeza (recuerden sus maliciosas y extraoridinarias Cartas Persas), quizá pensaban que cada pueblo posee un modo particular de sentir; y a cada forma sentimental le corresponde un diferente gobierno. Así, mientras los cataríes son felices en una teocracia prestigiada de velos y futbolistas, los catalanes son desgraciaciados si su innato sentido democrático se ve mancillado por lo español, que es una forma carcelaria y ruin de habitar el mundo, representada por el Felipe II de Friedrich Schiller.

Con esto, naturalmente, no estoy diciendo que Xavi Hernández haya leído a Montesquieu. Pero sí que ha heredado, de aquella hora luminosa del mundo, dos conocimientos inútiles: ni la democracia es un instrumento para la Felicidad (esa Felicidad masiva e indiferenciada que ensayaron los dos grandes ismos del XX: el nacionalismo y el comunismo); ni los países se caracerizan por su temperamento, su raza o su gobierno. La democracia es sólo una pudorosa forma de administración y protección del individuo, basada en el recelo. Por tanto, hay que recelar de quienes nos expliquen cómo hay que ser español, catalán o extremeño. Y, sobre todo, hay que recelar de quienes nos prometan una Felicidad mayúscula como fruto del mero arbitrio político. Conocer estos dos principios nos ha llevado, siguiendo a Chateaubriand, la travesía un mar de sangre. Que el señor Hernández ignore dichos rudimientos no convierte en mártires a dos bufones. Y tampoco otorga la categoría de exiliado a la ominosa condición de prófugo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios