La torre del vigía

Juan Manuel Sainz Peña

La fiesta de la guerra

EN Bailén, provincia de Jaén, a alguna cabeza pensante de la Junta o del Ayuntamiento de la localidad, se le ocurrió la idea de representar, justo en el mismo sitio donde ocurrió, pero con doscientos años de diferencia, la batalla de Bailén, donde al general Dupont le dieron las del pulpo, 2000 franceses fueron aniquilados por las tropas españolas, y 18000 se rindieron en lo que fue la primera batalla importante ganada a los franceses.

Todo eso, digo, se ha representado en el lugar de los hechos, dos siglos después. La diferencia, claro, es que los disparos, los cañonazos y la sangre eran de pega. 20000 espectadores pudieron presenciar la recreación con sus cámaras en ristre, sus bocadillos y sus gafas de sol, como si el hecho en sí de la guerra se hubiera convertido por cuenta del tiempo transcurrido, en un acto festivo, digno de ser recordado, no como lo que significa la guerra, esto es, como el fracaso del ser humano, sino como un numerito de parque temático Disney Fransé por Culé, en el que el respetable aplaude las hazañas de los figurantes vestidos de soldados de la época.

Sinceramente, dudo que el transcurrir de los años pueda convertir una hazaña bélica, aunque sea española, en algo digno de ser reproducido como un espectáculo cualquiera. Saber que allí mismo, sobre esa misma tierra, hubo hace doscientos años sangre de verdad, alaridos, miembros tajados, vísceras fuera de su sitio, dolor y odio, no me permite ver con buenos ojos la función para todos los públicos. Creo, y espero no parecer negativo, que hubiera sido mejor un acto en memoria de los caídos, corona de flores y esas cosas, y haber invertido la pasta que tiene que haber costado el sarao, en explicarle a los niños de Andalucía dónde está Bailén y qué pasó allí. Lo demás, opino, es frivolizar con el espanto de la guerra que no debe convertirse un show por muchos años que hayan pasado.

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