Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Un poco de filosofía, por favor

Leyendo y releyendo a los grandes pensadores me invade un pánico atroz que aumenta conforme voy descubriendo la grandeza de sus mentes y, por inevitable comparación, la nimiedad insultante de las que ocupan las cavidades craneales de los “ líderes” que hoy deciden sobre nuestras vidas, manejan a su antojo nuestro mundo y condicionan, del peor de los modos, nuestro devenir.

Aun concediendo algo de lucidez a las muy escasas excepciones que puedan llegar a merecerla, la mezquindad de sus intenciones los invalida, por completo, para desempeñar las responsabilidades que han usurpado en supuestas aras de trabajar por el bien común.

No hay que ser muy espabilado para darse cuenta ni muy sensible para poderlo percibir: no importa la valía, la mediocridad se impone. Se trata de estar en el sitio oportuno en el momento adecuado, de habilidad zorruna, de alcanzar un paciente instinto depredador aliñado con la ablación de conciencia que permita pasar por encima de lo que sea para lograr lo que se persigue. Y, cuando de lo que pasas por encima es de la ética y de la lealtad a los que primero creyeron y luego confiaron en ti, todo está dicho: es un camino sin posible vuelta atrás. La rectificación no será viable porque el daño causado es irreversible. El arrepentimiento, a más de ser de idiotas, no disminuirá ni un ápice el alcance del mal ocasionado.

La anulación consciente de la propia conciencia, requisito indispensable para llegar al grado de miseria moral necesario para desenvolverse en tales cenagales, transformará, para siempre, al individuo que libremente haya elegido esta opción para usar el tiempo de su existencia. Siempre ha habido de esta calaña, lo sé. Desde la Prehistoria hasta bien pasada la Edad Media, la incultura y la necesidad, imperiosa e inaplazable, de encontrar los recursos básicos para poder sobrevivir, favorecieron los torcidos anhelos de los aspirantes al “gobierno a toda costa”. Tras el Renacimiento, el desarrollo industrial, e inhumano, que cambió nuestro mundo, sustituyó a los antiguos señores feudales por los protagonistas de un capitalismo feroz, también inhumano, que dio lugar a otro tipo de esclavitud y sometimiento: distinto, menos sangriento, pero igual de cruel, visceral y demoledor para los espíritus subyugados.

Pero hoy, el desarrollo tecnológico, los avances científicos, el incontestable progreso –aunque quede mucho por hacer- en la disminución de desigualdades y brechas sociales, y –por encima de todo lo demás- el acceso a la información, generalizado hasta extremos difícilmente imaginables hace sólo unos años; hoy, decía, gracias a todos los recursos con los que contamos, me cuesta mucho asumir esa desgana, rayana en el repudio, que la mayoría siente hacia “lo cultural”, ese desinterés obsceno por instruirse, por conocer, aparte de casas rurales, pensamientos; por descubrir, además de nuevas “aplicaciones” para el teléfono móvil, teorías y argumentos distintos a los nuestros, por leer, por tratar de comprender lo que otros pensaron…

Hoy, hay medios y herramientas suficientes, si se quieren encontrar y utilizar, para que seamos, en verdad, protagonistas de nuestros destinos, al menos en una proporción mucho más alta de la que hasta ahora hemos tenido a nuestro alcance; para que no nos pueda la inercia y otros, que no nosotros, sean los que nos digan cómo hemos de vivir, a qué podemos aspirar, o el modo en que tenemos que pensar; porque es esto lo que ansían los que gobiernan –que no políticos-, esto lo que interesa a sus vulgares y torticeros fines, esto lo que conviene a quien sólo busca su conveniencia. Me cuesta aceptar que personas, por millones, en este, nuestro “primer” mundo, digitalizado, informatizado y global, se dejen, aún, convencer y arrastrar por “caudillos” con discursos cuya fecha de caducidad se ha sobrepasado hace lustros, predicas y arengas propios de charlatanes baratos de feria, “soluciones” sólo aptas para crédulos incautos, para catetos mentales, para pazguatos ignorantes. Por eso, creo que un poco de filosofía, para todos, es más necesario que nunca. Peldaño a peldaño, sí, pero es más que ineludible “obligar” a nuestra mente a trabajar, y su trabajo no es otro que pensar, y, créanme: pensar es vivir, de una y otras cien formas diferentes a la vez.

Sorprendente, por inesperada, la inabarcable variedad que vamos a ir desvelando por esos rincones olvidados que todos tenemos, aquí o allá, en nuestras mentes; gratificantes, por posibles, las intensidades de las que somos, sin suponerlo siquiera, capaces; edificante, más que recomendable y muy conveniente, ir sabiendo lo que somos y lo que podemos ser, que nunca va a coincidir, se lo anticipo y aseguro, con lo que quieren que seamos ni con “como” quieren que seamos.

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