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HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

El fin de las armas

Las aspiraciones espirituales laicas son muy parecidas a las religiosas: sabemos que son inalcanzables, pero debemos tender a ellas si queremos obtener ciertos grados de perfección. Como las utopías. Por cierto, he leído en estos días pasados de gran calor La ciudad del Sol, de Tomasso Campanella, una utopía inspirada en la de santo Tomás Moro, donde el ejército sirve para luchar contra los enemigos del exterior, inferiores en civilización, para imponerles los ideales de justicia, orden y virtud de la ciudad ideal. Primero se les avisa para que depongan a sus tiranos, dejen la impiedad, los bienes mal adquiridos y respeten las fronteras. Si se niegan, se les declara la guerra, que siempre gana la ciudad virtuosa. Los pueblos reciben al ejército del Sol con gran alegría por haberlos librados de la tiranía y adoptan su sistema político. Las ciudades utópicas funcionan tan a la perfección que deben ser aburridísimas.

La destrucción de las armas se recuerda hoy con su día internacional. La verdad es que como aspiración es noble y pocos se ponen en contra de un deseo de paz perpetua, pero los países más pobres son los más belicosos, lo mismo que las civilizaciones inferiores. Cualquier cultura es buena para quien no tiene referencias de otras, pero las civilizaciones tienen sus grados, su jerarquía y sus formas de agresividad: cuanto más primitivo es un pueblo, más guerrero es. La poesía empezó con la épica. Las naciones poderosas en armas suelen ser las más pacíficas, que no pacifistas, al sentirse seguras y suponer una advertencia para las débiles. La raza humana es violenta, como es bien sabido, y si ve en peligro su grupo y sus chozas, no tiene miramientos. Desde que el hombre existe se honró a los guerreros y se les dio privilegios porque de ellos dependía la sobrevivencia de una tribu, de una cultura o de una civilización.

Lo que ha ocurrido, y era inevitable, es que el progreso ha hecho progresar también las herramientas de la agresividad humana. Si todos los países del mundo por unanimidad decidieran destruir las armas, sería una gran noticia, no sé si buena o mala porque las luchas continuarían de otro modo. No va a pasar nada parecido y menos en tiempos de ideas confusas, como éstos, y de tribulación. El pensamiento pueril que da ideología a todas cosas también se la ha dado a la guerra, a la paz y a las armas: los patriotas de Eta, los guerrilleros de América, los exhibicionistas bélicos del mundo islámico y de los pocos países que quedan con tiranías revolucionarias, son santos y buenos guerreros como san Martín de Tours. Estados Unidos e Israel, como ejemplos notorios de la neurosis izquierdista, deben ser aniquilados como representantes de Satán, enemigo del pueblo. Con esta mentalidad raquítica, discutir sobre la destrucción de armas sólo se podría hacer en un nuevo concilio de Nicea.

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