La pandilla

A pocos puede extrañar que en plena guerra declarada por los independentistas la prioridad sea la exhumación de Franco

En el frondoso jardín, ante el caserón de la finca Quintos de Mora propiedad del Estado, posan los diecisiete que el domingo quedaron a comer a modo de "un encuentro informal para debatir, diseñar y reflexionar en torno a la estrategia de cara al nuevo curso político". Si no fuera porque el tipo alto con vaqueros del centro de la imagen se presentó allí en helicóptero (la regeneración democrática, dicen…), cualquiera diría que la foto corresponde a una reunión de antiguos compañeros del colegio, profesores incluidos. ¿O no tienen cierto aire de viejo profesor cuenta historias y la típica profe de Historia los dos que lo flanquean?

Temas para reflexionar y debatir sobran en esta sufrida España, aunque me da que lo relevante allí fue más el diseño: el de un Gobierno que aguante en el poder en minoría el tiempo que sea hasta encontrar la deseada orilla de unas elecciones que recompensen los esfuerzos invertidos en esta permanente campaña electoral, la anhelada conciliación de los deseos electorales, institucionales y de poder, con la paradoja de decirse defensor de nuestra democracia constitucional y a su vez ser sostenido precisamente por los mismos que pretenden dinamitarla.

Por eso a pocos puede extrañar que en plena guerra declarada al Estado por los independentistas el objetivo prioritario sea al parecer la exhumación de los resto de Franco, una operación muy urgente y necesaria, sobre todo para este Gobierno necesitado de polarizar la política en su beneficio de cara a las próximas elecciones, y no digamos si el asunto se alarga por la anunciada oposición de la familia. Y que además le sirve de cortina de humo con la que tapar las posiblemente dos de las decisiones más lamentables tomadas por un Gobierno español: la modificación de una ley orgánica para hurtarle el papel del Senado, y el desamparo, lastimosamente rectificado, a todo un juez del Supremo perseguido con saña por el nacionalismo.

Cuando hace unos meses el presidente Sánchez nombró con expectante parsimonia a los miembros de su flamante Gabinete, nos sorprendió agradablemente el tono brillante de sus perfiles. Pasado tan poco tiempo, decepciona un poco que ese elenco de buenos profesionales quede para la posteridad no como el grupo comprometido con los intereses del país que se le presuponía, sino como una vulgar pandilla que se reúne para recordar tan sonrientes sus tiempos del colegio.

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