Tribuna Cofrade

José Castaño Rubiales

Fray Ricardo de Córdoba en Jerez

Con auténtico sentimiento de pesar recibo, como muchos jerezanos que tuvimos el gozo de su sincera amistad, la noticia del fallecimiento de fray Ricardo de Córdoba y digo también de Jerez, porque él siempre se sintió tan bien acogido en nuestra ciudad, especialmente en el mundo de las cofradías, donde era recibido en todas ellas con los grandes afectos que él supo ganarse.

Estos sentimientos generalizados, máxime en un fraile, se ganan por estar siempre dispuesto a servir a todos cuantos le pedíamos ayuda, bien para que predicase nuestros cultos, o como ocurría continuamente en San Juan de Letrán, nos dijese Misa. Jamás escuchamos, a pesar de las muchas ocupaciones que tenía, alguna negativa, bien al contrario, tanto se daba al servicio de los demás, que posiblemente, la causa de su muerte haya sido, junto a su cansancio físico, el estar siempre preocupado por las crisis vocacionales y comprobar cómo la humanidad vive más alejada de la religión cristiana.

Quizás para aquellas personas que no conociesen personalmente a fray Ricardo no supiesen que junto a su vida entregada a su vocación sacerdotal, él era una persona tan cercana y normal, que si no llevaba el hábito, era tan sencillo y conversador, que no podían creer que era un fraile capuchino.

Tras el fraile, estaba el gran artista que había diseñado los bordados de palios, mantos, guiones y todo lo relacionado con el arte cofradiero de las cofradías de toda Andalucía. Si no me equivoco una de sus últimas grandes obras en Jerez, fue el palio de María Santísima del Refugio de los Pecadores de la cofradía de la Paz de Fátima.

Fueron muchas nuestras conversaciones, no ajenas a continuas discrepancias y criterios, pero siempre estuvieron por encima de las mismas los afectos, tantos, que su muerte a pesar de causarme gran dolor, al recordar cuantas copitas de jerez y pescado frito que no hemos tomado junto a sus también amigos Andrés y Manuel Jiménez, y lo bien que lo hemos pensado, me ocurre algo que me sucede cada vez que un amigo nos deja, que además de rezar por su eterno descanso, recordar que con todos ellos, además de mi afectos, les hice  pasar gratísimas convivencias.

Con esos convencimientos, querido Ricardo, y después de escucharte continuamente en tus magnificas homilías en la que siempre hablabas de la belleza de tu madre, ella, como la Madre de Dios, te van a recibir como el buen hijo que siempre fuiste, y quizás te dirán que sienten un poco de celo de cuánto te recuerda y te quiere Jerez. Bien los sabes tú Ricardo.

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