Por montera

Mariló Montero

¡Qué frío!

Desde que falta el agua caliente en mi casa, cada día siento que me parezco más a Maruja Torres. No por ser merecedora del Premio Nadal ni por haberme reconstruido de modo ideal para viajar por las épocas de mis muertos, sino porque ducharse con agua fría es para que a uno le den un premio y no ducharse durante una semana, como la escritora confesó en su día con desahogo, es para que premien a quienes se te acerquen. De chicarrona del norte no me queda ni el gozo de disfrutar viendo a los descerebrados bañistas donostiarras que se secan estos días en la Concha con una toalla de nieve.

Toda máquina tiene su función y mi caldera de toda la vida ha roto aguas. Fue a traición, en víspera de Reyes e inundando el armario de mi hija, cuya ropa nos salvó de una inundación -Zara empapa que da gusto-. Los hombres dan vida propia a las máquinas, pero no las preparan para morir sin que nosotros muramos algo con ellas. Descartes nos avisó en su día de que "cuando un reloj marca las horas por medio de las ruedas que lo componen, es algo en él tan natural como para un árbol dar frutos", pero hace de eso tanto tiempo que ni los relojes van con ruedas y las mismas teorías son otras en pasiva. Así que el día que los frutos dejan de caer del árbol, cuando la caldera no da agua caliente, somos nosotros los que nos mutamos en máquinas capaces de soportar un frío putiniano.

Durante los cuatro últimos días, el trajín de mi casa ha estado protagonizado por una serie de señores cargados de maletines metálicos que más que resistentes a los golpes parecían de ingeniería para artilugios futuristas. Su actitud, liderada por una sonrisa perversa, presumía ser la de una serie de especialistas de tecnologías increíbles que fueran capaces de dar vida a los hierros, pero por contra hubo de ser la de curar los intestinos de las tuberías de mi sistema de calefacción y agua caliente por el sistema del Actimel. Tres eternos días en un hogar sin calor de hogar, donde ha habido que afrontar con dignidad las abluciones por el sistema troglodita de la olla con agua caliente y el cazo. Donde los pies han dormido encerrados en calcetines de lana y todos hechos una cumbre humana por el calor.

Siento frío porque hace frío. Y más frío porque el científico de la NASA que trajina en mi casa no ha dado con la válvula para calentar el agua. Quizá la tenga Putin. Siento frío, frío europeo que puede estar matando a muchas personas que carecen de techo, de calderas, de leña, de carbón, de mantas, de botellas La Pitusa, de calcetines de lana, de hijos en los que arrularse, de gas, de dos tristes trapos con los que cobijar a una familia que vive debajo del puente que me lleva al trabajo. Siento frío porque no hay nieve. La nieve hermosea el frío. Pero el frío mata y lo saben quienes controlan la llave del gas.

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