Hace años, escribí aquí sobre la pésima calidad de nuestros actuales políticos. La crisis colosal que en estos días está viviendo el PP viene a ratificar mis conclusiones. Nadie más lejos del modelo de buen político que aquél que antepone sus intereses personales al interés general. El político de valía, para serlo, debe buscar el bien de su país, de su comunidad, de su pueblo, aun a costa del éxito propio. Nada de esto se ha observado en la reciente batalla de Génova. Mientras España asiste al drama de los cien mil muertos del Covid, se empobrece a marchas forzadas, se resquebraja como Estado y no percibe ninguna institución que mantenga su prestigio, estos "niñatos" -así los llama Aguirre- seguían a los suyo, a ver quién acumulaba más poder, señoreaba más cargos y la tenía más larga. Desprovistos de valores, torpes, ambiciosos e ignorantes, se entretenían, sin reparar en las gravísimas consecuencias de su idiocia, en miopes guerras de salón.

La situación no sería tan lamentable si afectara únicamente a un sector del espectro. Pero, lejos de ser así, no hay fuerza política en la que no aparezcan síntomas similares. Desde una ultraizquierda que va de divina, se siente superior e impune y anda pensionando amoríos hasta llegar a una derecha extrema que ahoga en estúpidas nostalgias las demandas de un mundo distinto y plural, pasando por un socialismo trilero que pacta con el diablo y aplaude los desmanes de un mentiroso compulsivo, por nacionalismos alucinados o por los dislates de un centrismo mercenario que siempre arrima tropas al olor de la moqueta.

Es esta, creo, una generación política perdida, que lucha con mucho más tesón por asegurarse su futuro que por esperanzar el nuestro. Educada en la molicie, alérgica al mérito y al esfuerzo, desprovista de una mente crítica, alentadora de un frentismo que diluya en silencio fanático la sinrazón de sus inauditas ocurrencias, le importa un carajo el bienestar de una tierra de la que sólo ambiciona sus rentas.

Sus integrantes no están dando la talla. Gritan, ríen o lloriquean según les amanece el día. Se jactan de su inmadurez. Se emboscan en ese estomagante "y tú más" que considera redentora la generalización de la mierda. Como para que a uno le apasione el acudir a la urna de marras. Pueriles como párvulos y sañudos como fieras, no pararán hasta destruir el último pilar de esta patria nuestra, hoy ya irrelevante, dividida, ruinosa y descabezada.

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